A pesar de todos los encuentros, la meta de Jesús sigue clara: llegar a Jerusalén y culminar su misión. Aquí se trata sobre todo de eso, y de cómo podemos y tenemos que seguirle. Jesús ya ha dejado claro en anteriores ocasiones que no le sirven los «admiradores», aquellos que ensalzan sus palabras o sus gestos y los comparan con esto o con lo otro u opinan que su presencia puede ser positiva para el mundo. Lo que de verdad sirve e importa es «venir con él». Y para hacerlo, están claras las condiciones: este camino tras los pasos de Jesús ha de ser lo primero y lo principal, no una ocupación o dimensión más de la vida. Se ha de dejar todo y, además, posponer a todos, hasta a los más cercanos. La familia, los amores de nuestra vida, las personas con quienes tenemos un compromiso real y querido, tienen que ser puestas en segundo lugar. Se trata, sí, de una exigencia pero bien fundada en la realidad del proyecto de vida que asumimos libremente, no de una prueba de amor o de preferencia que Jesús ponga a quien quiera seguirle no sé sabe muy bien a donde. Lo dice expresamente ahí mismo: ser discípulo suyo es llevar, como él, con él, la cruz. Se trata del propio camino de Jesús que muestra y hace presente el amor inmenso de Dios, Dios mismo hecho hombre y caminando a nuestro lado y delante de nosotros que está dispuesto a llegar hasta el final, consecuente con ese amor, y ese final bien sabemos que es la cruz, la muerte y la resurrección. Acoger este amor y responder, en la medida de nuestra capacidad, tiene que ser siempre lo primero, lo más grande, porque, realmente, es la fuerza que irrumpe y que cambia todo. Posponer es, en reallidad, darnos cuenta de cómo son las cosas y de cómo funcionan. Solo dejándonos amar -que es reconocernos afectados por la presencia y la misión de Jesús, impactados por su entrega por nosotros- y respondiendo con amor es posible construir hasta el final, o superar una situación de peligro vital. Reflexionando es como tenemos que reconocer que posesionarse es lo contrario de amar, que las posesiones y seguridades son lastres y no ayudas.
Primera lectura: Sabiduría 9, 13-19
¿Qué hombre conoce el designio de Dios,
quién comprende lo que Dios quiere?
Los pensamientos de los mortales son mezquinos
y nuestros razonamientos son falibles;
porque el cuerpo mortal es lastre del alma
y la tienda terrestre abruma la mente que medita.
Apenas conocemos las cosas terrenas
y con trabajo encontramos lo que está a mano:
¿Pues quién rastreará las cosas del cielo,
quién conocerá tu designio,
si tú no le das sabiduría
enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?
Sólo así serán rectos los caminos de los terrestres,
los hombres aprenderán lo que te agrada;
y se salvarán con la sabiduría
los que te agradan, Señor, desde el principio.
Segunda lectura: Filemón 9b-10. 12-17
Querido hermano:
Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús,
te recomiendo a Onésimo, mi hijo,
a quien he engendrado en la prisión;
te lo envío como algo de mis entrañas.
Me hubiera gustado retenerlo junto a mí,
para que me sirviera en tu lugar
en esta prisión que sufro por el Evangelio;
pero no he querido retenerlo sin contar contigo:
así me harás este favor no a la fuerza, sino con toda libertad.
Quizá se apartó de ti
para que le recobres ahora para siempre;
y no como esclavo, sino mucho mejor:
como hermano querido.
Si yo lo quiero tanto,
cuánto más lo has de querer tú,
como hombre y como cristiano.
Si me consideras compañero tuyo,
recíbelo a él como a mí mismo.
Evangelio: Lucas 14, 25-33
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
–Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
«Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.»
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.