Tras el anuncio primero y programático (‘convertíos y creed el Evangelio porque se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios’) y llamar a los primeros discípulos, Jesús comienza a mostrar que significa esta llegada efectiva del reino. Comienza su predicación en la sinagoga, donde se vivía de ordinario el culto judío, no va por su cuenta o da por hecho el rechazo de los suyos. De nuevo, continuidad y respeto a la alianza. Pero ahí terminan las complacencias: Jesús habla con autoridad propia, no con la recibida de otro maestro. Lo que dice -y lo que hace- le sale de dentro, de quién es realmente. El es el Profeta anunciado en la primera lectura, el nuevo Moisés que transmite la verdadera Palabra de Dios pero iremos viendo que hay mucho más. Allí mismo surge la ocasión para mostrar el alcance de esta autoridad: sentado allí, escuchando la predicación de los rabinos hay un endemoniado, un hombre con un ‘espíritu inmundo’, alguien afectado por un mal espiritual, dominado por él. Este hace algo más que admirarse de las palabras y la autoridad de Jesús: el mal espíritu que lo habita y disminuye reconoce en Jesús a qui n ha venido a acabar con el y los suyos porque es el Consagrado por Dios para ello, para expulsar todo lo que oprime al hombre. Jesús le manda que se calle y que salga del hombre, lo expulsa de modo efectivo mostrando el verdadero alcance de su palabra y de su autoridad. El hombre con el espíritu inmundo es liberado y queda claro para todos que algo nuevo ha sucedido: se ha manifestado un Profeta cuya palabra tiene autoridad propia y poder para sanar y liberar. Manda a los espíritus inmundos y le obedecen, actúa de modo efectivo con el poder -espiritual- de Dios contra todo poder espiritual que someta y degrade al hombre. No se podía decir entonces ni más alto ni más claro: ha comenzado la salvación, la redención de todos los oprimidos por el mal.
Primera lectura: Deuteronomio 18, 15–20
Moisés habló al pueblo, diciendo:
– «Un profeta, de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. A él lo escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: «No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir.»
El Señor me respondió: «Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.»»
Segunda lectura: 1Corintios 7, 32-35
Hermanos:
Quiero que os ahorréis preocupaciones: el soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido.
Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido.
Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.
Evangelio: Marcos 1, 21-28
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:
– «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó:
– «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos:
– «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.