«Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere»

7 Ene 2023 | Evangelio Dominical

La Fiesta del Bautismo del Señor es el digno cierre de las celebraciones navideñas. El Verbo Eterno de Dios, hecho hombre verdadero, esto es, «creció en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres» y después de unos treinta años de «vida oculta», ordinaria, como la de cualquier hombre, destinada a prepararse para su misión decisiva mediante la oración –donde vivía especial e íntimamente su relación única con Dios, su «abba»– y todas las actividades cotidianas de un judío de su tiempo tales como celebrar su fe en la sinagoga, trabajar y contribuir y cuidar de su familia. Llegado el momento oportuno, cuando el Precursor Juan el Bautista se manifestó, supo que había llegado también el tiempo de iniciar su propia misión, que era la definitiva. El profeta Juan, haciendo suya (primera lectura) la voz de los profetas y de toda la antigua alianza lo proclama como Aquél que tenía que venir y lo señala después como el hombre concreto Jesús de Nazaret, oculto entre los demás hasta ese instante. Si humanamente, como afirma la crítica histórica, Jesús fue un seguidor más de Juan o no, no tiene mucha importancia. No se puede saber con certeza y está claro que lo que señala el Evangelio por encima de todo es la relación intrínseca entre la misión de ambos. Este el contexto del relato de su Bautismo que nos proponía el Evangelio. Mateo, el evangelista de este año, lo cuenta de modo directo y sin más comentarios: Jesús viene desde Galilea y se acerca al lugar donde Juan bautiza, como uno más, en la fila con todos los pecadores que se arrepienten y quieren seriamente cambiar de vida. Juan lo ve e intenta disuadirlo porque lo reconoce: es Jesús quien debería bautizarle a él. Jesús lo llama, en cambio, a hacer las cosas como Dios quiere, a respetar el proceso humano y racional que lleva de una misión a la otra, uniéndolas para siempre. Así el Bautismo de Jesús muestra todo su poder de signo iniciador de la Misión salvífica y redentora del Hijo de Dios. Jesús señala así a gritos, casi de modo escandaloso, su compromiso con la situación histórica y real de los hombres a los que ha venido a salvar. Reconoce que la carne en la que se ha encarnado es pecadora y que ha venido, precisamente, para redimirla, aunque Él mismo no tiene nada que ver con ningún pecado. Cuando se bautiza acontece esta teofanía, la última de la antigua alianza que nos deja en brazos de la nueva: el cielo se abre y muestra el trasfondo real de lo que allí está sucediendo: se trata de la obra definitiva del verdadero Dios, que es Trinidad. La voz del Padre manifiesta que este hombre concreto es su Hijo Eterno, encarnado y lo hace precisamente en este gesto específico de ser bautizado en la fila de los pecadores. También el Espíritu, que ha estado siempre con Jesús, que es el artífice, junto con el Verbo, de la Encarnación, al haber creado la humanidad completa del Hijo, también le acompaña y sostiene durante toda su misión. Jesús es así el Enviado del Padre, Palabra única y definitiva de Dios, revelador también del hombre, con el Santo Espíritu que le ha de llevar a este Hombre y a nosotros, si le dejamos, al seno del Padre, de donde vinimos y estamos destinados a volver.

Primera lectura: Isaías 42, 1-4. 6-7

Así dice el Señor:
      «Mirad a mi siervo, a quien sostengo;
      mi elegido, a quien prefiero.
      Sobre él he puesto mi espíritu,
      para que traiga el derecho a las naciones.
      No gritará, no clamará,
      no voceara por las calles.
      La caña cascada no la quebrará,
      el pabilo vacilante no lo apagará.
      Promoverá fielmente el derecho,
      no vacilará ni se quebrará,
      hasta implantar el derecho en la tierra,
      y sus leyes que esperan las islas.
      Yo, el Señor, te he llamado con justicia,
      te he cogido de la mano,
      te he formado, y te he hecho
      alianza de un pueblo, luz de las naciones.
      Para que abras los ojos de los ciegos,
      saques a los cautivos de la prisión,
      y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.»

Segunda lectura: Hechos de los apóstoles 10, 34-38

Evangelio: Mateo 3, 13-17