Volvemos, en este «tiempo ordinario», cotidiano, a leer y celebrar juntos el Evangelio según san Marcos, que nos lleva de la mano este año a mejor conocer a Cristo el Señor y nuestra realidad redimida y en continuo trabajo de acogida de la Palabra y la acción de Dios, a fin de hacer esto realidad en cada uno. Y retomamos nuestro texto en un momento especialmente decisivo y complicado. Hay que hacer un esfuerzo especial por entender lo que nos quiere decir y sus implicaciones pues es difícil percibir su contenido desde la idea básica que podamos tener del Evangelio como la manifestación de la inmensa misericordia y el perdón de Dios para con todos, que también lo es, aunque, como todo, hay que entenderlo bien. El fragmento leído habla, en el fondo, del rechazo a acoger a Jesús, en primer lugar, por parte de su familia –o eso parece–. Estos piensan que Jesús no está «en sus cabales». Esta es la introducción para un rechazo mucho más grave de Jesús: los escribas o especialistas en la Ley venidos de Jerusalén afirman que el profeta de Galilea dice lo que dice y, sobre todo, hace lo que hace por la fuerza de Belcebú, negando por completo su relación con Dios. Jesús los enfrenta mediante la argumentación haciéndoles ver que eso no es posible desde la razón y el sentido común. Pero, al final, les revela las gravísimas implicaciones de lo que están afirmando: decir que Él habla y obra gracias al Enemigo es negar explícitamente la acción del Espíritu Santo y, por tanto, hacerse incapaces del perdón de Dios. Todo es perdonable menos esto pues se trata de cerrar la puerta a Dios de modo radical, a su inmensa misericordia, a toda su obra en la vida los hombres. Es confundir la luz con las tinieblas y, en palabras de Jesús, no puede haber nada más grave ya que se incapacita a Dios, quien no forzará nunca nuestra voluntad, para obrar en nosotros. Por eso la primera lectura nos ponía en contexto mediante el relato del mismísimo pecad original: el rechazo de los primeros padres al plan de Dios que les hizo preferir su propio criterio y sus decisiones y caminos. El gran fruto de esta decisión es, como dice el mismo texto, fue descubrir el miedo y que estaban desnudos: la criatura que se aparte voluntariamente del Creador descubre su pobreza, debilidad, soledad y miedo irracional. Este pecado original dañó nuestra naturaleza, sin arruinarla, pero la dejó tocada, como inclinada a preferir el mal, o mejor dicho, a seguir los propios criterios contra los de Dios. El rechazo del Espíritu Santo, de su presencia en Jesús, en la iglesia y en nosotros es el rechazo a todo lo que Dios pudiera hacer por nosotros, por eso es «sin perdón posible», pues Dios respeta y respetará nuestra libertad. No somos mascotas sino que todo en nuestra vida es real, incluidas nuestras decisiones y sus consecuencias. No obstante, Jesús concluye el texto afirmando que somos su familia, que hemos sido redimidos por su palabra, su acción, su entrega y que «sólo» tenemos que cumplir la voluntad de Dios para ser como su hermano, su hermana o hasta su misma Madre. Por supuesto, con su ayuda, su presencia y, siempre, con el Espíritu Santo.
Primera lectura: Génesis 3, 9-15
Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre:
– «¿Dónde estás?»
Él contestó:
– «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.»
El Señor le replicó:
– «¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?»
Adán respondió:
– «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí.»
El Señor dijo a la mujer:
– «¿Qué es lo que has hecho?»
Ella respondió:
– «La serpiente me engañó, y comí.»
El Señor Dios dijo a la serpiente:
–«Por haber hecho eso, serás maldita
entre todo el ganado y todas las fieras del campo;
te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo
toda tu vida;
establezco hostilidades entre ti y la mujer,
entre tu estirpe y la suya;
ella te herirá en la cabeza
cuando tú la hieras en el talón.»
Segunda lectura: 2Corintios 4, 13-5, 1
Hermanos:
Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros.
Todo es para vuestro bien.
Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios.
Por eso, no nos desanimamos. Aunque nuestro hombre exterior se vaya deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día.
Y una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria.
No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve.
Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.
Es cosa que ya sabemos: Si se destruye este nuestro tabernáculo terreno, tenemos un sólido edificio construido por Dios, una casa que no ha sido levantada por mano de hombre y que tiene una duración eterna en los cielos.
Evangelio: Marcos 3, 20-35
En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer.
Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.
También los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
– «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.»
Él los invitó a acercarse v les uso estas parábolas:
– «¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre.»
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Llegaron su madre y sus hermanos y desde fuera lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dijo:
– «Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.»
Les contestó:
– «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?»
Y, Paseando la mirada por el corro, dijo:
– «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.»