«Al Señor, tu Dios, adora­rás y a él solo darás culto»

25 Feb 2023 | Evangelio Dominical

La cuaresma significa recordar y revivir que la conversión es parte esencial de la vida del cristiano, más aún: es nuestro camino. No avanzamos si no es hacia Dios, hacia su misterio y eso no se puede hacer más que convirtiéndonos, pero no solo estos cuarenta días sino siempre, cada día. Conversión es vuelta hacia Dios, vivir hacia Él, reconocerle presente y actuante en nuestras vidas de modo que provoque en nosotros un cambio que tiene ser continuo, aunque no de modo ansioso y menos exasperante. Joseph Raztzinger escribió que la perfección (que es nuestra llamada, nuestra meta, nuestro destino, la santidad) es estar siempre cambiando, es la experiencia de una conversión nunca acabada, el camino mismo de la vida cristiana hacia la madurez del alma en la verdad, en Dios. Es decir, que «vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado con frecuencia» (cardenal Newman). Pero es un camino que no recorremos solos. Para un cristiano, convertirse es reconocer y escuchar cada vez mejor a Cristo que camina con nosotros. Y Él es el Maestro de nuestra vida y en este primer domingo nos pone ante la realidad humana que tiene que afrontar todo caminante: la tentación y al tentador. Así lo mostraba la primera lectura: la primera pareja humana tuvo que afrontarla porque eran verdaderamente libres por más que vivieran en el Paraíso y vieran a Dios cara a cara. El tentador se sabe aprovechar de esa misma necesidad de perfección, de llegar a la meta a la que hemos sido destinados: ser como Dios, vivir con Dios. Y esto se puede vivir como un don recibido o se puede querer arrebatar como intentan Adán y Eva con la «ayuda» del tentador. La Escritura nos adelanta el gran «fruto» de este movimiento que rompe con todo lo mejor del hombre (comunión con Dios y entre nosotros): descubrir que estamos desnudos, esto es, que somos, sin Dios, pobreza, debilidad, finitud, que hay mucho que temer en este mundo y de los demás. Jesús, como nuevo Adán, lo tuvo también que afrontar apenas llegado a este «mundo», en el comienzo mismo de su misión, decía el Evangelio. Él es el Hijo de Dios y por eso el tentador se centra en esta realidad y en cómo debe llevarla a cabo como hombre. Las tentaciones (y el tentador) son reales y están ahí siempre, es el primer mensaje de este día. Nos recuerdan la libertad que Dios nos ha dado y nunca ha retirado y nuestra necesidad de elegir bien, de aprovechar esta vida o, si no, de que se pierda. Lo segundo que enseña el texto es que el tentador siempre espera a que estemos necesitados, en la prueba que nos pone la vida o a la que nosotros mismos nos hemos sometido. Así, Jesús siente hambre después de un largo ayuno y el tentador le comienza sugiriendo que se aproveche de quien es para saciar esta necesidad humana. Él responde que hay algo más importante que nos alimenta y da sentido, que es la palabra misma de Dios, la revelación de que está con nosotros. La filiación divina de Jesús no es para su provecho y comodidad sino para su misión. Aquí ataca de nuevo el tentador: pues entonces, le dice, que se vea claramente quién eres mediante un prodigio público y notorio en medio mismo del Templo. Jesús le responde que hay que actuar como Dios ha dispuesto, que sustituir el Templo no es una «performance» sino la entrega total de su propia vida en la cruz. Visto esto, el tentador acaba quitándose la careta por completo: aquí se trata de él o de Dios; es la eterna lucha entre servir o someter al hombre, entre el Dios verdadero y los usurpadores de su identidad. Si Jesús lo adora, el podrá darle todo lo que existe. Y es entonces cuando Jesús lo desenmascara por completo: solo su Padre, solo el Dios verdadero, es digno de ser Dios del hombre, porque es su creador y ahora también su redentor, su salvador y todo ello a costa de la vida humana de Aquél que era su Hijo y lo seguirá siendo como hombre porque siempre, cada día, hace su voluntad.

Primera lectura: Génesis 2, 7-9; 3, 1-7

Segunda lectura: Romanos 5, 12-19

Evangelio: Mateo 4, 1 -11