La cuaresma significa recordar y revivir que la conversión es parte esencial de la vida del cristiano, más aún: es nuestro camino. No avanzamos si no es hacia Dios, hacia su misterio y eso no se puede hacer más que convirtiéndonos, pero no solo estos cuarenta días sino siempre, cada día. Conversión es vuelta hacia Dios, vivir hacia Él, reconocerle presente y actuante en nuestras vidas de modo que provoque en nosotros un cambio que tiene ser continuo, aunque no de modo ansioso y menos exasperante. Joseph Raztzinger escribió que la perfección (que es nuestra llamada, nuestra meta, nuestro destino, la santidad) es estar siempre cambiando, es la experiencia de una conversión nunca acabada, el camino mismo de la vida cristiana hacia la madurez del alma en la verdad, en Dios. Es decir, que «vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado con frecuencia» (cardenal Newman). Pero es un camino que no recorremos solos. Para un cristiano, convertirse es reconocer y escuchar cada vez mejor a Cristo que camina con nosotros. Y Él es el Maestro de nuestra vida y en este primer domingo nos pone ante la realidad humana que tiene que afrontar todo caminante: la tentación y al tentador. Así lo mostraba la primera lectura: la primera pareja humana tuvo que afrontarla porque eran verdaderamente libres por más que vivieran en el Paraíso y vieran a Dios cara a cara. El tentador se sabe aprovechar de esa misma necesidad de perfección, de llegar a la meta a la que hemos sido destinados: ser como Dios, vivir con Dios. Y esto se puede vivir como un don recibido o se puede querer arrebatar como intentan Adán y Eva con la «ayuda» del tentador. La Escritura nos adelanta el gran «fruto» de este movimiento que rompe con todo lo mejor del hombre (comunión con Dios y entre nosotros): descubrir que estamos desnudos, esto es, que somos, sin Dios, pobreza, debilidad, finitud, que hay mucho que temer en este mundo y de los demás. Jesús, como nuevo Adán, lo tuvo también que afrontar apenas llegado a este «mundo», en el comienzo mismo de su misión, decía el Evangelio. Él es el Hijo de Dios y por eso el tentador se centra en esta realidad y en cómo debe llevarla a cabo como hombre. Las tentaciones (y el tentador) son reales y están ahí siempre, es el primer mensaje de este día. Nos recuerdan la libertad que Dios nos ha dado y nunca ha retirado y nuestra necesidad de elegir bien, de aprovechar esta vida o, si no, de que se pierda. Lo segundo que enseña el texto es que el tentador siempre espera a que estemos necesitados, en la prueba que nos pone la vida o a la que nosotros mismos nos hemos sometido. Así, Jesús siente hambre después de un largo ayuno y el tentador le comienza sugiriendo que se aproveche de quien es para saciar esta necesidad humana. Él responde que hay algo más importante que nos alimenta y da sentido, que es la palabra misma de Dios, la revelación de que está con nosotros. La filiación divina de Jesús no es para su provecho y comodidad sino para su misión. Aquí ataca de nuevo el tentador: pues entonces, le dice, que se vea claramente quién eres mediante un prodigio público y notorio en medio mismo del Templo. Jesús le responde que hay que actuar como Dios ha dispuesto, que sustituir el Templo no es una «performance» sino la entrega total de su propia vida en la cruz. Visto esto, el tentador acaba quitándose la careta por completo: aquí se trata de él o de Dios; es la eterna lucha entre servir o someter al hombre, entre el Dios verdadero y los usurpadores de su identidad. Si Jesús lo adora, el podrá darle todo lo que existe. Y es entonces cuando Jesús lo desenmascara por completo: solo su Padre, solo el Dios verdadero, es digno de ser Dios del hombre, porque es su creador y ahora también su redentor, su salvador y todo ello a costa de la vida humana de Aquél que era su Hijo y lo seguirá siendo como hombre porque siempre, cada día, hace su voluntad.
Primera lectura: Génesis 2, 7-9; 3, 1-7
El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.
El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado.
El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.
La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer:
–«¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?»
La mujer respondió a la serpiente:
–«Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: «No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte.»»
La serpiente replicó a la mujer:
–«No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal. »
La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable, porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió.
Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.
Segunda lectura: Romanos 5, 12-19
Hermanos:
Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.
Porque, aunque antes de la Ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había Ley. A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que había de venir.
Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud.
Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno: el proceso, a partir de un solo delito, acabó en sentencia condenatoria, mientras la gracia, a partir de una multitud de delitos, acaba en sentencia absolutoria.
Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación.
En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida.
Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.
Evangelio: Mateo 4, 1 -11
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo:
–«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. »
Pero él le contestó, diciendo:
–«Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.»»
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice:
–«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargara a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras. » »
Jesús le dijo:
–«También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios.»»
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo:
–«Todo esto te daré, si te postras y me adoras.»
Entonces le dijo Jesús:
–«Vete, Satanás, porque está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto.»»
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.