«Soy yo en persona»

13 Abr 2024 | Evangelio Dominical

En Pascua revivimos de modo especial, en primer plano diríamos, lo que es el corazón mismo de la fe cristiana. Y que Dios, en la Pascua, lo hizo todo nuevo. Resucitando a Jesús, recreó a la humanidad, hizo realidad todas sus promesas que ahora, todo lo que tenemos que hacer es hacer nuestra esta realidad por la fe vivida en plena consciencia y consecuencia, en el amor y servicio a los demás, como Jesús enseñó. Esta es la realidad y también el mensaje (primera lectura): lo escrito en la Ley y los profetas se ha llevado a la práctica en Jesús y esta obra decisiva de Dios, como la otras, ha sido rechazada por sus principales destinatarios. Sigue siendo, eso sí, y siempre, hasta el fin de los tiempos, invitación a la conversión, a caer en la cuenta, a abrirse a esta última y definitiva obra de Dios. Los apóstoles nos recuerdan a todos, empezando por el Israel histórico que expulsó al Hijo de la viña y lo mató, que la mano de Dios sigue tendida. Que esta muerte es el perdón de todos los pecados, los suyos y los nuestros, y que convirtiéndonos, todos, nos incorporamos al nuevo pueblo de Dios, corazón de la nueva creación. Y el corazón de todo este anuncio se manifiesta en los encuentros de Jesús, vivo para siempre, con los suyos. Con los que Él eligió en su vida terrena y vuelve a elegir ahora; los buscó, los encontró, los volvió a convencer de la gran noticia de la resurrección, aun más difícil de creer que el resto de su mensaje por su novedad. Tenemos que pensar siempre en la gran diferencia de estos encuentros históricos (aunque trascendentes porque suceden con Cristo Resucitado) son muy diferentes de los que sucedieron tras la Ascensión, empezando por san Pablo, por ejemplo, y siguiendo por tantas experiencias místicas de santos y de tantos, incluyéndonos nosotros mismos. Desde la Ascensión, Jesús está presente por el Espíritu Santo, de modo sacramental actúa en la Iglesia, especialmente en los Siete Sacramentos pero en aquellos días especiales los apóstoles y demás testigos elegidos pudieron ver y hasta tocar el cuerpo resucitado de Cristo. Siempre que entra en medio de los suyos, les desea la Paz, que significa el perdón y la reconciliación con aquéllos que le han fallado y abandonado. Jesús les recuerda que dio su vida por ellos, que les perdona y restituye en su dignidad de discípulos y que cuenta con ellos para hacerlos testigos de cómo se han hecho realidad lo anunciado por el mismo Dios en la Ley y los profetas. También así se entiende que al principio no les reconocen o dudan o temen pero Jesús les muestra con su infinita paciencia y misericordia cómo es todo verdad, que Él vive y vivirá para siempre, Él es la eterna novedad, nunca mejor dicho. En la fe en Jesús, en la vivencia cristiana participamos de la única verdadera realidad nueva desde la creación, de lo que Dios ha ha hecho y rehecho, que es abrirnos para siempre el camino a la vida y la resurrección. Lo nuevo no es la revolución política o social que tiene que imponer por la fuerza sus supuestas bondades, el «progreso» que degrada y deshumaniza sino el mensaje de Cristo, muerto y resucitado para dar y devolver la vida.

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 3, 13-15. 17-19

Segunda lectura: 1Juan 2, 1-5a

Evangelio: Lucas 24, 35-48