El 22 de diciembre de 2013, el papa Benedicto XVI, que Dios tenga en su gloria, pronunció una bellísima homilía josefina, inédita hasta hace unos meses. Casi al final del período de Adviento, concretamente en el IV domingo, el entonces papa emérito comentaba el evangelio de ese día (Mt 1, 18-24) en su residencia, el monasterio “Mater Ecclesiae”.
Benedicto XVI, con esa unción profundamente teológica y exquisitamente espiritual, analizaba con precisión y hondura la así llamada anunciación josefina, ayudándonos a comprender, en primer lugar, que la decisión de José, llamado justo, transparenta que para él la religión no es un conjunto de normas a aplicar de manera fría y calculadora. José, nos decía el papa Ratzinger, sabe encontrar en la persona -y en el amor de la persona- el camino de la vida y la alegría de la fe. José es justo precisamente, continúa Benedicto, porque ha encontrado ese camino, porque ha salido al encuentro del amor, porque ha recorrido el camino que lleva del Antiguo al Nuevo Testamento “en busca de la Persona, del rostro de Dios en Cristo”.
Hay en la homilía, además, otros dos puntos que nos pueden ayudar a vivir la fiesta de san José en clave cuaresmal, siendo ya tan próxima la Pascua.
En primer lugar, subrayaba el papa emérito, la sensibilidad hacia Dios de san José. Su capacidad para percibir que le habla, que se acerca tiernamente a él en el sueño para alegrarle, consolarle y aclarar el sentido de su misión. También para nosotros las palabras de Dios lo son de “invitación, de amor, incluso de petición en el encuentro con las personas que sufren, que necesitan una palabra o un gesto concreto de mi parte”, así, continuaba Benedicto XVI, “necesitamos ser sensibles, conocer la voz de Dios, entender que Dios ahora me habla y responder”.
El segundo punto sería la respuesta de José: fe y obediencia. Confianza en la voz de Dios y capacidad de poner en práctica su palabra como “un imperativo de amor, que me guía por el camino de la vida”.
No, concluye Benedicto XVI, José no fue un soñador, sino un hombre práctico, sobrio, decidido y capaz de organizar. Dios sabía bien en qué manos ponía la vida de su Hijo y la de María Virgen: las manos de un carpintero que sabía escuchar su voz y ponerla en práctica en la vida cotidiana.
Así pues, san José nos invita a recorrer el camino interior que, conducidos por la Palabra, nos acerca a Jesús, a los otros, y nos invita además a vivir una vida sobria, en la que no descuidamos el trabajo, no como fuente de acumulación, sino como camino de realización y posibilidad de abrirse a los otros y servirlos diariamente, cumpliendo así -afirmaba el papa- “con nuestro deber en el gran mosaico de la historia”.
Podemos concluir esta reflexión con las mismas palabras y la misma oración con la que Benedicto XVI finalizaba su homilía: “Damos gracias a Dios por la hermosa figura de San José. Oremos: «Señor, ayúdanos a estar abiertos a Ti, a encontrar cada vez más tu rostro, a amarte, a encontrar el amor en la norma, a estar arraigados, realizados en el amor. Ábrenos al don del discernimiento, a la capacidad de escucharte y a la sobriedad de vivir según tu voluntad y nuestra vocación»».
P. Emilio José Martínez, ocd