«Hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos»

19 Abr 2025 | Actualidad, Evangelio Dominical

Hoy es la Pascua del Señor, el domingo originario, el aniversario anual y semanal del hecho que cambió la historia para siempre: Jesús, el que fue crucificado y nos consta que murió en la cruz, ha resucitado y sigue vivo desde entonces, en el centro de nuestras vidas y comunidades. Pero todo comenzó en aquel tiempo y aquel lugar, como nos recordaba la primera lectura: todo sucedió en Judea y también en Galilea, en el tiempo sucesivo al bautismo de Juan, que recuerdan otras fuentes históricas. Es la historia de Jesús de Nazaret, «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo». Un hombre, un gran profeta, «que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo». Para todos estaba claro que la razón es que «Dios estaba con Él». Su historia humana terminó cuando lo mataron, crucificándolo, pero entonces Dios mismo lo cambió todo cuando «lo resucitó al tercer día». Pero Dios no lo hizo desaparecer de la historia, sino que «le concedió la gracia de manifestarse», aunque no a todo el pueblo, como antes, «sino a los testigos que Dios mismo había designado», aquellos que compartieron su vida tanto antes como después de resucitar. Estos, sus discípulos, los Apóstoles dieron testimonio solemne de que este Jesús, Resucitado, es ahora el «juez de vivos y muertos», lo que significa que todo el que cree en este testimonio, es perdonado, se incorpora a la nueva vida que Él ha inaugurado tras pasar por la ignominia, el sufrimiento y la muerte, como hemos contemplado en los días de su Pasión. Toda la Escritura se ha convertido en testimonio de esto: que Jesús resucitó y está vivo y en su nombre y su Persona sigue vigente la promesa de Dios de perdonar y devolver la auténtica vida a quien crea esta historia y comprueba su efectividad siguiendo a Jesús, en la oración, en la vivencia celebrativa y comunitaria de la Iglesia y, sobre todo, en el compromiso diario por hacer realidad sus mandamientos. Lo dicho lo podemos contemplar, disfrutar especialmente en los relatos evangélicos que no nos narran la resurrección sino que, precisamente, testimonian que ha sucedido. Son narraciones muy especiales, porque son todo lo que tenemos sobre Jesús resucitado hasta que quiera volver y que pretenden hacernos llegar este testimonio fundamental. En el de hoy, se relata el testimonio de la primera testigo, apóstol de apóstoles, como ha sido justamente denominada, María la Magdalena. Tuvo que ser ella pues era quien perseveró contra toda expectativa humana, junto al sepulcro de Jesús y acudió a él apenas hubo algo de luz. Inmediatamente, vio que la losa estaba quitada y se volvió, corriendo, a buscar a los apóstoles y les comunicó que el Señor ya no estaba en el sepulcro. En un primer momento, entendió que el cuerpo había sido robado, pero su gesto pone en marcha a Pedro y Juan, los más cercanos a Jesús, aunque por diferentes razones, para que también corran hacia el lugar. Juan era más joven y corrió más; llegó antes y simplemente se asomó, «vio los lienzos tendidos», los que habían usado para amortajarlo, pero no entró. Respetuosamente, esperó al mayor y primero entre los discípulos. Este llegó, inmediatamente detrás y sí que entró. Dentro, contempló, como antes Juan, solamente signos de que Jesús no estaba ya allí: «los lienzos tendidos», como vio Juan, y «el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte». Son signos que apuntan a lo que ha sucedido: los lienzos están tendidos, esto es, colocados como quien se quita la ropa de dormir cuando despierta y levanta y, especialmente, el sudario que le cubría la cabeza, está enrollado y en un sitio aparte, como si se lo hubiese quitado el mismo Jesús de la cabeza tras despertar y lo hubiese dejado en el lugar que no era solo su sepulcro sino su dormitorio. Pero es Juan, quien entra inmediatamente tras Pedro, quien vio todo esto y creyó: esto es, lo supo, unió todos los hilos, todas las palabras de Jesús y lo que pensaba de Él con lo que veía y llegó a la fe. Entendió la Escritura y lo que esta dice, en su mismo corazón: que toda la Revelación, la historia de la salvación se dirigía a este momento y este lugar: a que Jesús, hijo del hombre, Hijo de Dios, resucitase de entre los muertos, siendo causa y razón del perdón, de la nueva vida para todos nosotros.

Primera lectura: Hch 10, 34a. 37-43

Segunda lectura: Col 3, 1-4

Evangelio: Jn 20, 1-9