En el día de Pascua culmina la celebración de lo que el mismo Cristo definió como su «glorificación»: es la hora de que el grano de trigo caiga en tierra y muera para dar mucho fruto (cfr. Jn 12, 23-24). Su abajamiento hasta la muerte fue su exaltación, elevado en la cruz, atrae a todos hacia Él, pues de su cuerpo roto y traspasado nace la nueva humanidad, la Iglesia, que se constituye gracias a los sacramentos del Agua y la Sangre. Al ir por delante, al morir, ha hecho posible que le podamos seguir a través del camino del amor, amándonos unos a otros porque Él y como Él nos ha amado. La Resurrección es el culmen y la confirmación de todo lo dicho, la glorificación de Cristo entregado y la promesa de nuestra propia glorificación, esto es, el que seamos capaces de formar parte del reino de Dios firmemente establecido en nuestro mundo y realidad desde entonces. Por eso se nos recordaba que celebramos algo acaecido en la historia humana (primera lectura): es la historia completa de Jesús de Nazaret, que comienza en los tiempos en que Juan predicaba el bautismo de conversión, todo aquello sucedido en Galilea. Es la predicación y gestos de Jesús, el ungido por el mismo Dios con la fuerza misma del Espíritu para sanar y curar en profundidad a cada hombre. Jesús murió, ciertamente, alzándolo en la cruz. Quienes testifican esto, que todos recordaban, testifican también que Dios lo resucitó al tercer día. Y lo saben porque el mismo Dios se lo hizo ver a ellos. Esta culminación del misterio no fue para todos, como los signos anteriores, las palabras y gestos que Jesús hizo en su vida mortal, sino solo para unos elegidos, los testigos designados por Dios mismo y que han comido con Jesús resucitado y por ello dan testimonio de ello. Jesús ya no puede mostrarse abiertamente como antes pero les ha encomendado a ellos, y a nosotros, predicar al pueblo y dar testimonio de que Él es el juez de vivos y muertos, la referencia permanente para la vida de los hombres. Esta es la verdad cristiana, la verdad de la obra de Dios que se inserta en nuestra historia y en cada una de nuestras vidas a través de la vivencia eclesial. El Evangelio nos narraba paso a paso la raíz de este primer encuentro y lo que vieron y experimentaron los primeros testigos: María Magdalena, la primera de todos, que ve la losa quitada y corre a avisar a los demás. Acuden, corriendo, Pedro y el discípulo amado de Jesús, Juan. En principio creen que alguien ha robado el cuerpo de Jesús y que lo han hecho desaparecer. La carrera la gana Juan, más joven y guiado por el amor de Jesús, pero no entra; se limita a mirar dentro y ver los lienzos que cubrían el cuerpo allí tendidos. Cuando llega Pedro, entran juntos y ven los lienzos de la mortaja tendidos, al estilo de las sábanas de un lecho cuando el que dormía allí la ha dejado; lo mismo el sudario, el lienzo que cubría la cara, enrollado aparte. Todo esto ya significa que el cuerpo no ha sido robado sino que se ha marchado de allí por sus propios medios, que ha resucitado como entiende Juan en ese momento. La Escritura, las palabras mismas de Jesús ayudan en ese instante crucial: Él tenía que resucitar, ir hasta la muerte en la voluntad del Padre es vivir para siempre. Crucificado por amor vive para siempre. Igual nosotros: seguir a Cristo hasta la cruz es seguir a la caridad, que, sepultada con Cristo, no se separa de Cristo, muere en Cristo, es enterrada con Él, resucita con Él.
Primera lectura: Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
–«Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección.
Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.»
Segunda lectura: Colosenses 3, 1-4
Hermanos.
Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.
Palabra de Dios.
O bien:
Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 6b-8
Hermanos:
¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad.
Evangelio: Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:
–«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.