En el marco del Jubileo de los Jóvenes, organizado por la Santa Sede, se celebró en el Teresianum de Roma una intensa Vigilia Carmelitana en la que participaron jóvenes provenientes de distintos países junto a religiosos de la Orden del Carmelo Descalzo. Uno de los momentos más significativos fue el testimonio del P. Miguel Márquez, General de la Orden, quien compartió con hondura su experiencia personal, marcada por el Evangelio, la fragilidad y la esperanza.
“Yo soy un pequeño fraile golpeado por la esperanza”, afirmó, conmoviendo a los presentes con un mensaje sencillo y lleno de verdad. Reconoció que su vida está profundamente tocada por “una enfermedad incurable que me viene contagiada de la gente más herida que encuentro en el camino”, y confesó sentirse sostenido en su misión como padre y hermano mayor por una certeza que lo acompaña desde el primer día: “Porque es imposible para ti, es posible para mí”, en referencia a la palabra de Dios que lo sostiene.
Durante su intervención, evocó su reciente visita a la celda de Santa Teresita del Niño Jesús en Lisieux, justo en la fecha en que la santa recibió la unción de enfermos, el 30 de julio de 1897. Allí, en ese lugar cargado de memoria espiritual, le surgieron tres oraciones que compartió con los jóvenes:
- “Cuánta alegría en ser libre de mí mismo y dejarte (Jesús) ser el protagonista.”
- “Enamórame de ti cada día.”
- “Gracias, por tanto…”
El P. Miguel recordó que el Carmelo está presente hoy en más de 94 países y que su vida como general lo lleva a recorrer el mundo, donde se encuentra con “una humanidad sedienta de ser escuchada, mirada, bendecida”. En cada rostro, dijo, descubre un reflejo de Dios que lo cura a él mismo.
Hablando del Carmelo, explicó que su vocación nació por el testimonio de unas carmelitas de su pueblo: mujeres sencillas, alegres, contemplativas, y de unos ancianos carmelitas acogedores. “El Carmelo es familia, es alegría en lo pequeño, es oración encarnada”, resumió. Y compartió que en su actual comunidad en Roma vive con 21 frailes de 13 países, en un ambiente fraterno y multicultural que lo arropa y le da fuerza.
Finalmente, se dirigió directamente a los jóvenes, animándolos a “atreverse a dejarse amar, a vivir con autenticidad, a cantar y bailar su fe, a cambiar el mundo con sencillez y verdad”. Les pidió que no tengan miedo de mostrar el Dios que llevan dentro, ni de caminar con humildad y valentía, dejando que otros también los acompañen.
Su testimonio fue acogido con emoción y gratitud por los participantes de la vigilia, que vieron en sus palabras una invitación a vivir con alegría el don de la fe, la fraternidad y la esperanza, tan necesarias en el mundo de hoy.


