La fiesta de Todos los Santos entra muy pronto a formar parte de la liturgia en muchas iglesias, especialmente de Oriente. Es en el siglo IX cuando se establece en Roma, por disposición del papa Gregorio IV, el año 835. Siglos más tarde, con el florecimiento de la Vida Religiosa va surgiendo el deseo de que cada Orden pueda celebrar en una sola festividad la gloria de sus hijos más ilustres. Así, “La Santidad de Clemente X, a petición de la Orden carmelitana concedió a 27 de julio del año 1662, que a 14 de Noviembre, con rito de segunda clase, se rezase de Todos los Santos de la dicha Orden.” 1
San Juan de la Cruz, comentando en la Llama el verso “Oh regalada llaga”, la gracia de la transverberación, escribía: “Pocas almas llegan a tanto como esto; mas algunas han llegado, mayormente las de aquellos cuya virtud y espíritu se había de difundir en la sucesión de sus hijos, dando Dios la riqueza y valor a las cabezas en las primicias del espíritu, según la mayor o menor sucesión que había de tener su doctrina y espíritu.” 2 Pensaba Juan en la Madre Teresa enriquecida con esta “virtud y espíritu”. Aquí vemos ya anunciados ese inmenso número de hijos e hijas de Teresa herederos de la fuerza y virtud de su espíritu y que constituyen los santos y santas del Carmelo que unidos a tantísimos otros forman parte de esa multitud que vio San Juan evangelista aclamando al Cordero (Ap 5, 9) Ellos también son “de toda raza, pueblos, lenguas y naciones”.
Ahora, podríamos preguntarnos con San Bernardo “¿Y por qué y para qué esta fiesta?, ¿de qué le sirven a los santos que les honremos en la tierra cuando están sobre abundantemente honrados y felices con la posesión de Dios?”
Y también con el mismo santo contestamos. “Es a nosotros a quienes sirve”.
Su ejemplo, su vida nos estimula. Acudir a su intercesión nos alienta. Y cada uno lo sabemos por experiencia: Cuanto más cercano es el modelo y cuanto más podemos identificarnos con él por el ambiente, las circunstancias, las virtudes que vive, más poderoso es el estímulo que ejerce en nosotros. Y sobre todo con cuanta más sencillez se nos presenta se nos hace más imitable.
Cuando hablamos de santos del Carmelo en esta fiesta no nos referimos sólo a los que la Iglesia ha declarado oficialmente sino sobre todo a tantos que son tenidos por tales por los que con ellos convivieron. Esos son de verdad los santos de la celda de al lado. Se conserva su memoria, se relatan sus hechos, se invoca su ayuda.
Teresa de Lisieux se quejaba de que los predicadores en su tiempo al hablar de nuestra Señora exageraban sus privilegios y exponían su vida llena de milagros y gracias extraordinarias, porque decía que con ello en lugar de fomentar su devoción podían incluso crear un rechazo hacia Ella. Debían exponer su vida tal como se narra en el evangelio, de forma sencilla, real, cercana, imitable. Ocurre lo mismo con la vida de los santos. Lo que todos deseamos encontrar cuando les miramos es el testimonio de personas cercanas, imitables que nos ayuden en el seguimiento de Jesús. Y esto es precisamente lo que encontramos en los santos de las “celdas de al lado”. A muchos los hemos conocido. Hemos visto su sonrisa en momentos difíciles. Decir sí ante cualquier sacrificio, petición de ayuda, aunque estuvieran sobrecargados. Transmitir paz y reflejar en su persona la bondad y la misericordia de Dios.
Estos santos tan cercanos nos ayudan a creer en el grano de mostaza que crece hasta convertirse en árbol donde anidan los pájaros. Así es nuestra familia carmelitana. Contemplar en ella, bebiendo en el mismo carisma, tal variedad de formas de vivirlo nos lleva a alabar la multiforme sabiduría y gracia de Dios que reparte sus dones tan sobre abundantemente. Como en un variado mosaico vemos entre sus filas mujeres y hombres de muy distintas partes del mundo, unos han sido mártires, otros evangelizadores, vírgenes, misioneros, doctores, confesores y ermitaños que han enriqueciendo a la iglesia, con su apostolado, en la beneficencia, en la enseñanza, en las parroquias, con sus profundos escritos y viviendo en soledad escondidos en Cristo con una “misteriosa fecundidad”, hijos todos del Carmelo.
La Santa Madre Teresa de Jesús honraba mucho a los santos e invitaba a sus hijas a imitarlos: “En las fiestas de los santos piense sus virtudes y pida al Señor se las dé” (Avisos 56)
Ella nos deja ejemplo en su modo de ver y tratar con los santos y así nos escribe: “Acordémonos de nuestros santos padres pasados cuya vida pretendemos imitar” (C 11, 4) y “qué de santos tenemos en el cielo que trajeron este santo hábito” (F 29, 33) Y así nos anima, puestos los ojos en ellos: “Todos los que traemos este hábito del Carmen somos llamados a oración y contemplación, porque este fue nuestro principio, de esta casta venimos, de aquellos santos Padres nuestros del Monte Carmelo que con tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo buscaban este tesoro, esta preciosa margarita.” (5M, 1, 2)
Miremos pues que somos cimientos de los que están por venir, lo mismo que nuestros santos han sido y son cimiento para nosotros. (Cfr. F 4, 6)
- Año Cristiano Carmelitano. Padre José de Santa Teresa OCD. Ed.de Espiritualidad 1952
- LLama 2, 12
Hna. Isabel Martí (Zaragoza)