Celebramos en este cuarto domingo de Pascua que Jesús Resucitado, vivo junto a nosotros, es también el Buen Pastor, esto es, que, efectivamente, cuida de cada uno y de la iglesia entera. Que por todos ha dado la vida y se ocupa especialmente de todos aquellos que le acogemos y respondemos en la fe, aunque sin descuidar a nadie, sin dejar de estar pendiente de todo hombre que camina por este mundo. Se trata de una realidad espiritual: Jesús es Pastor de nuestras almas pero también es la máxima Autoridad –gracias a Dios– de su iglesia, de la que todos formamos parte. Es, de hecho, la Cabeza del cuerpo que somos todos, y en este momento de la historia, somos nosotros. Ciertamente, esta autoridad se tiene que manifestar en la misma iglesia y así hoy rezamos especialmente por el Papa, los obispos y demás jerarquía de la iglesia, esos hombres que entregan día a día su vida para visibilizar y hacer realidad en el día a día los buenos cuidados del Pastor. Y también, claro, todos somos pastores, es decir, responsables, unos de los otros, puesto que no formamos parte del cuerpo común de la iglesia de un modo inconsciente o descerebrado (al entrar en la iglesia uno se quita el sombrero no la cabeza, como dicen que decía Chesterton) y se nos pide, hoy más que nunca, una pertenencia responsable y comprometida. Lo dicho significa, a todos los niveles, apostar por vivir y porque predomine el modo de ejercer la autoridad de Jesús, tal y como nos recordaba el Evangelio donde se distingue, en la práctica, la verdadera autoridad que sirve y que guía en la verdad, del autoritarismo que, por desgracia, nos amenaza en tantos lugares hoy, en la política sin duda, pero también en la iglesia. Jesús comienza afirmando que se distingue de todos los otros pretendidos pastores porque ha entrado por la puerta en el redil y en la vida de todos nosotros. Es lo mismo que decir que ha entrado dando la cara, diciendo siempre la verdad y mostrándola con la entrega misma de su vida. Es por esto que se la abre y que todos podemos reconocer su voz. Y no se detiene ahí: no ha entrado para estar tranquilo, para «señorear», sino para salir, sacarnos al mundo, guiarnos y defendernos en él. Esto significa que en toda circunstancia de nuestra vida, trabajo, misión seguimos escuchando su voz que no nos abandona. No es un extraño, es un Amigo que nos conoce bien a cada uno, que nos valora, que sabe lo que valemos, lo que sufrimos, los que podemos hacer. Que deja, y hasta facilita, entrar y salir, que no nos constriñe como si temiera que si vemos lo de fuera, no volvamos, que respeta y valora en lo que vale nuestra libertad. Nos ama pero desde la realidad, no desde ningún imagen ideal que siempre es el primer paso hacia la manipulación. Jesús lo afirma claramente, pasando de la parábola a la afirmación directa: los demás que no son Él ni se refieren a Él son ladrones y asaltantes, los que vinieron y vendrán y los que están también si no reflejan la vida del verdadero Pastor que es dar vida y en abundancia.
Primera lectura: Hechos de los apóstoles 2, 14a. 36-41
El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra:
–«Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.»
Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:
–«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?»
Pedro les contestó:
–«Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos.»
Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo:
–«Escapad de esta generación perversa.»
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.
Segunda lectura: 1Pedro 2, 20b-25
Queridos hermanos:
Si, obrando el bien, soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.
El no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente.
Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia.
Sus heridas os han curado.
Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.
Evangelio: Juan 10, 1-10
En aquel tiempo, dijo Jesús:
–«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:
–«Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.
El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»