Los domingos de Pascua repasamos y revivimos, si le ponemos un poco de empeño, las principales realidades de nuestra experiencia cristiana. Comenzamos por lo más grande e importante que es el encuentro real e histórico con Cristo Vivo y resucitado que viene, vuelve una y otra vez, las que sean necesarias, para encontrarse con nosotros, hacernos conscientes de que podemos y tenemos que seguirle, ser sus «amigos fuertes» como resumía Teresa de Jesús tantas y tantas horas de diálogo vital con Él. Después, continuamos por la iglesia, el «hábitat» inmediato donde Cristo se encuentra y puede (tendría que poder) actuar, lugar donde habita y se transmite la gracia en la oración, la celebración, los sacramentos de un modo histórico y efectivo que manifiesta a las claras la irreversibilidad de la redención. Nos empezamos a preparar hoy para la culminación de todo, para cerrar el círculo de la fe y la experiencia: la realidad del don del Espíritu Santo. Jesús mismo, en el Evangelio, lo conecta con la guarda de los mandamientos, que es efectiva y concretamente, permanecer en su amor después de haberlo experimentado y reconocido como lo mejor de la existencia. Todo arranca, nos recuerda, desde su oración, su intercesión única, efectiva y actuante siempre: Jesús ha pedido al Padre, en base a todo lo vivido, que envíe «otro» Defensor, es decir, otro como Él, para estar siempre con nosotros y lo llama el Espíritu de la verdad. Es un don claramente para los creyentes, que el mundo no puede recibir porque aun no está preparado y así ni lo ve ni lo conoce. Nosotros sí, dice Jesús, lo conocemos porque ya está aquí, vive con nosotros, nos es connatural pues siempre ha estado con Jesús y por tanto entre los hombres, desde la Encarnación. Se manifestó especialmente en el Bautismo y acompañó a Jesús y los suyos durante toda la vida terrena. Ahora que Jesús está cercano a volver al Padre, a la invisibilidad, omnipresencia, omnipotencia de Dios, pide con toda justicia al Padre que lo envíe. Así no estaremos huérfanos o perdidos, pero hay: estaremos vivos gracias a Él, que es el Viviente y seremos conscientes de la unidad de Jesús con el Padre y de la nuestra con Él. Todo lo dicho se funda no en sentimientos o adscripciones sino en la «guarda de los mandamientos». Ese manifiesta, amando, que es y ha sido amado y que participa de la manifestación de la comunión entre Padre e Hijo, que es la revelación y cumplimiento de las promesas de Dios.
Primera lectura: Hechos de los apóstoles 8, 5-8. 14-17
En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
Segunda lectura: 1Pedro 3, 15-18
Queridos hermanos:
Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal..
Porque también Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.
Evangelio: Juan 14, 15-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.
No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amare y me revelaré a él.»
Los domingos de Pascua repasamos y revivimos, si le ponemos un poco de empeño, las principales realidades de nuestra experiencia cristiana. Comenzamos por lo más grande e importante que es el encuentro real e histórico con Cristo Vivo y resucitado que viene, vuelve una y otra vez, las que