El cuarto domingo de la Pascua, el del Buen Pastor, nos recuerda que Jesús resucitó y ascendió al cielo pero se quiso quedar también con nosotros, precisamente, como Pastor, como guía. Él, como recordaban los relatos evangélicos en que Jesús Resucitado se muestra a los suyos, va delante de nosotros, nos conduce siempre a la meta de nuestra existencia, que es la plena comunión con Dios y entre nosotros. Para constituirse en tal, ha muerto y ha resucitado (primera lectura), cuida de nosotros, nos procura la salud del cuerpo y del alma, pues es la piedra desechada que se ha convertido, por la intervención directa de Dios, en piedra angular sobre que podemos apoyar nuestra vida. Este cuidado y protección se manifiesta, sobre todo, en la dirección que nos ofrece como Buen Pastor. Él sabe donde tenemos que ir, como Hombre, ya ha pasado por ahí y permanece entre nosotros para guiarnos y sostenernos en este camino, que es nuestra propia vida transformada desde dentro por la acción de Dios que resucitó a su Hijo, que es también hijo del hombre. Este domingo recordamos que Jesús no es solo el fundamento sino también el futuro, lo que tenemos por delante, la meta a la que llegar y que Él está personalmente empeñado en llevarnos hasta allá. También este día recordamos que el Buen Pastor cuenta con los otros pastores, los obispos, los sacerdotes, los diáconos que manifiestan sacramentalmente al Pastor y deben así esforzarse al máximo para imitar sus pasos. Para ello se tienen que mantener en íntima comunión con Él en la oración y en la vida, guiándose a sí mismos por los mandamientos que son el camino. Y también que vivimos en un tiempo de crisis terrible en que todo esto parece que se tambalea. Para empezar, faltan estos pastores por todos lados. Pese a toda la caridad y la compasión de tanto cristiano comprometido, da la impresión de que muy pocos quieren dar la vida por las ovejas, esto es, entregar todo lo que son y tienen a los demás, no solo unas horas o un tiempo que les sobre (que también está muy bien pero es otra cosa diferente). Otros son o parecen puros asalariados, siempre ha habido de estos y el problema es que, realmente, no les importan las ovejas como al Pastor, que dio la vía por ellas. Nuestra iglesia no se puede sostener ni menos avanzar sin estos pastores. Todos tenemos un lugar en la iglesia de Cristo pero sin estos puntales, guías y «soportadores» no hay posible avance, no se puede llegar a esas otras ovejas que aun quedan por incorporarse. La iglesia es un cuerpo ordenado, estructurado, compuesto de cara a su misión, que es vivir y comunicar esta gran novedad que salva y da vida: que tiene que haber un solo rebaño y un solo pastor, una sola humanidad retornada a la comunión con Dios y de los unos con los otros, una humanidad de hijos de Dios y hermanos. Para esto, Cristo ha entregado y la ha recuperado su vida y lo mismo hacen sus pastores, sus sacerdotes: dar la vida para recibirla de nuevo. Que no hay mejor inversión: darlo todo al Pastor para tener lo que más vale: nuestra vida en plenitud.
Primera lectura: Hechos de los apóstoles 4, 8-12
En aquellos días, Pedro, lleno de Espíritu Santo, dijo:
–«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros.
Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.»
Segunda lectura: 1Juan 3, 1-2
Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Evangelio: Juan 10, 11–18
En aquel tiempo, dijo Jesús:
– «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida. Por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»