«Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis»

10 Dic 2022 | Evangelio Dominical

En este tiempo de Adviento «reiniciamos» la vivencia de nuestra fe, revivimos el comienzo que es, precisamente, el final, como decíamos. Se trata, en definitiva de reconocer que el principio y la continuación, por tanto, de la vida de fe está en la iniciativa de Dios, en acoger, siempre, su venida y aprender de cómo vino en la historia para entender como nos alcanza cada día y cómo tenemos que seguirlo a lo largo de la vida. En este proceso vamos discurriendo desde el recordatorio de la segunda venida de Cristo, que esperamos, a la primera, que celebramos. En medio del proceso está la figura de Juan el Bautista, que ya nos fue presentada el domingo anterior. Hoy el Evangelio abunda en su persona y su misión. Se le califica de testigo de la luz que está por aparecer con la misión de llevarnos a todos a esta luz, de hacernos caer en la cuenta de que brillará, que brilla ya en medio nuestro. Se deja también muy claro que él no era la luz sino solo su testigo. Y así lo atestigua él mismo ante la «comisión» que le envían los dirigentes religiosos de Israel. En primer lugar, Juan es él mismo, no es Elías redivivo ni necesita ser la reencarnación de nadie. Eso sí, se define y hace suya la tradición de la profecía, que es la misma Palabra de Dios, que le ha llamado y a quien sirve. Con esta luz que le da la Palabra misma sabe que es voz que llama a acoger, la salvación concreta e histórica que está a punto de llegar y manifestarse. Como en el desierto del Sinaí, como en el desierto de Babilonia, ahora, en el desierto de la increencia de Israel (y la nuestra) se manifiesta de nuevo la Palabra. Todo lo que Juan hace está en función de esta misión: su bautismo de agua pide la conversión necesaria para comprender y acoger a quien viene. Porque también les deja claro que la intervención de Dios en la historia que viene es Alguien, y ya lanzado, les revela que este Alguien es el Esposo, el Amigo, como decía también Teresa de Jesús, Aquél que tiene todo el derecho –Juan no lo tiene– de desposar al pueblo de los creyentes, esto es, de introducirlos en la misma vida de Dios.

Primera lectura: Isaías 61, 1-2a. 10-11

El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido.
Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren,
para vendar los corazones desgarrados,
para proclamar la amnistía a los cautivos,
y a los prisioneros la libertad,
para proclamar el año de gracia del Señor.
Desbordo de gozo con el Señor,
y me alegro con mi Dios:
porque me ha vestido un traje de gala
y me ha envuelto en un manto de triunfo,
como novio que se pone la corona,
o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes,
como un jardín hace brotar sus semillas,
así el Señor hará brotar la justicia
y los himnos ante todos los pueblos.

Segunda lectura: 1Tesalonicenses 5, 16-24

Evangelio: Juan 1, 6-8. 19-28