Concluimos hoy esta Navidad casi “comprimida” en tres semanas, tres “series” de Fiestas que culminan en este domingo y que tienen como objetivo que celebremos y revivamos que participamos del misterio del Hijo de Dios que se hace hombre para revelar al Padre y redimirnos a nosotros para poder llevarnos a la meta de nuestra existencia que es compartir la misma vida de Dios, vida trinitaria eternamente participada en el amor mutuo. El Evangelio lo relata como el mismo comienzo de la vida pública de Jesús que entra en ella sin ninguna “ceremonia” o preparación especial: “en un bautismo general, Jesús también se bautizó”. Se trataba, pues, de un día cualquiera de los muchos que Juan llevaba a la faena de “revolver” las conciencias del país y prepararlo para lo que se avecinaba, para quien venía, para Él. A pesar de todo este esfuerzo, es imposible mantener en secreto la trascendencia e importancia de lo que está sucediendo ese día a orillas del Jordán: “mientras [Jesús] oraba se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: – Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. Este hombre, aparentemente como los demás, que ha elegido un día cualquiera para adherirse al bautismo, intención y obra de Juan, es en realidad, y nada menos, que el Hijo de Dios sobre quien, como es natural, desciende –y para quedarse– el Espíritu Santo, que es la misma inspiración y acción divina en el mundo. Se trata de que todo lo anunciado (si recordamos ambos Evangelios de la infancia releídos en estos días, especialmente el mismo de Lucas que también leemos hoy) se empieza a cumplir, todas las promesas y esperanzas que se pusieron en este niño desde el mismo momento de su Encarnación: ahí ya es el Hijo de Dios y verdadero hijo de María.
Ha crecido como auténtico hombre, en sabiduría y gracia, escuchando, aprendiendo y ahora también tomando sus propias decisiones. El mismo Dios habla en persona por última vez, abriendo el cielo, para declarar quien es y que tiene su plena confianza. Si a todo esto le añadimos que estamos ante un hecho histórico de la vida de Cristo que nadie niega (junto a su nacimiento y a la muerte en cruz) tenemos ya todas las claves de la fiesta de hoy: lo verdaderamente extraordinario es que Hijo de Dios y del hombre, profeta y mucho más aún por desvelar gracias a su connivencia con el Espíritu Santo, comienza a hacer realidad todo lo prometido por Dios en una historia y una vida reales. Y lo primero que hace es hacer suyo un bautismo que era para los pecadores significando hasta qué punto está dispuesto a compartir no solo nuestra naturaleza sino también nuestra realidad, nuestra situación. Es el mismo comienzo, vivo, histórico del Evangelio de un Cristo amigo y compañero de nuestra vida.
Primera lectura
Lectura del Profeta Isaías 42, 1-4. 6-7
Esto dice el Señor:
Mirad a mi siervo, a quien sostengo;
mi elegido, a quien prefiero.
Sobre él he puesto mi espíritu,
para que traiga el derecho a las naciones.
No gritará, no clamará,
no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará,
el pábilo vacilante no lo apagará.
Promoverá fielmente el derecho,
no vacilará ni se quebrará
hasta implantar el derecho en la tierra
y sus leyes, que esperan las islas.
Yo, el Señor, te he llamado con justicia,
te he tomado de la mano,
te he formado y te he hecho
alianza de un pueblo, luz de las naciones.
Para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la prisión,
y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas.
Segunda lectura
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10, 34-38
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
–Está claro que Dios no hace distinciones– acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.
Evangelio
+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3, 15-16. 21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
–Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo:
–Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.