«Vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino»

9 Ago 2025 | Aventuremos la Vida, Evangelio Dominical

Hemos escuchado hoy también un fragmento del mismo discurso de Jesús que ya oíamos el domingo pasado y que podríamos considerar una enseñanza del Señor en clave sapiencial. Así lo presentaba la primera lectura, que intenta ordinariamente facilitar un marco bíblico para el fragmento evangélico, centro de la liturgia de la Palabra. Se trataba de un fragmento del libro de la Sabiduría misma donde se reflexiona sobre la historia de la salvación, la intervención decisiva de Dios en la vida temporalmente determinada de los hombres. En concreto, se alude al anuncio hecho a los israelitas en Egipto de la noche de su liberación, cuando el Señor intervendría decisivamente para liberar a los suyos, castigando, de paso, a los egipcios que se oponían a los designios divinos. Así, en el Evangelio, Jesús lleva un buen rato enseñando sobre diversas cuestiones (cfr. Lc 12,1ss.) empezando por la advertencia a los oyentes sobre dejarse influenciar sobre otras fuerzas ocultas o «levaduras» (hoy podríamos decir también «ideologías») y otras muchas que no tenemos ahora el tiempo de comentar. En medio de esta enseñanza es cuando el «espontáneo» del Evangelio del domingo anterior le pedía a Jesús que indicase a su hermano que repartiese con él la herencia. En el fragmento de hoy, Jesús alude al fundamento de todo lo que está diciendo: «no temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino». Esta es la razón profunda para buscar, sin confusión, la verdad de Dios, ya presente en todo lo que sucede y para no ser codiciosos ni egoístas, pues que el se nos haya regalado el reino significa que Dios está, efectivamente, de nuestro lado, pendiente de nosotros. Este reino, esta presencia y oferta real de amistad de comunión de Dios mismo en Cristo es la nueva realidad que fundamenta que podamos vender los bienes y dar limosna para hacernos ricos en lo que vale de verdad, ante Dios. Para poder hacer nuestra y participar de esta nueva realidad tenemos que vaciarnos de la seguridades y cosas valiosas en la antigua. Haciéndolo nos preparamos bolsas que no se agujerean y trasladamos al cielo nuestra verdadera riqueza, construimos ahí nuestra nueva vida. Esto significa poner nuestro tesoro en el cielo para que, detrás, vaya nuestro corazón: como hombres, necesitamos apoyarnos en lo temporal y solo haciendo este trasvase ponemos efectivamente nuestra confianza en Dios y la Misión que ha traído a Jesús a este mundo. Esta referencia lleva a Jesús a hablar de lo definitivo, pues la vida del discípulo de Cristo tiene vivirse referenciada siempre a esta nueva realidad. El creyente en Cristo vive entre dos mundos, el que vemos, y el que creemos y así sabemos que representa la verdad que sustenta lo que existe y que es lo que permanecerá porque ha sido establecido por Dios mismo. Esta realidad del reino irrumpirá en la que contemplamos y por eso hemos de estar vigilantes, atentos siempre a esta nueva realidad que no sabemos cuando irrumpirá, y puede suceder en cualquier momento. El texto concluye con una referencia a los administradores de esta nueva realidad, que también son importantes. El reino es una realidad nueva, pero también ordenada, administrada. Los discípulos de Jesús son estos administradores que han de ir siempre por delante, han sido llamados para manifestar con su vida que realmente creen en lo que está viniendo, que el reino determina efectivamente su vida. De todo ello tendrán que dar cuenta y también todos, porque todos hemos recibido mucho de Dios en Jesucristo. Y que nos lo ha dado para que dé fruto, para que realmente transforme nuestra vida. Los cristianos hemos aceptado libremente el reino, la nueva realidad, y Jesús nos recuerda que solo siendo coherentes, haciendo todo lo posible para esperar y ayudar a nuestro cambio personal, comunitario y social, nos encontraremos con lo que se ha prometido.