El Evangelio de hoy nos presenta a los apóstoles que vuelven tras su primer envío misionero, esto es, después que Jesús les compartiese su autoridad sobre la enfermedad, el demonio y el mal y los enviase a hacer y decir lo mismo que Él hacía y decía. Ellos le cuentan todo lo que han hecho y le comentan lo que han enseñado y la respuesta de Jesús es invitarlos a que vayan con Él, solos, a un sitio tranquilo a descansar. El evangelista comenta que estaban agobiados y muy atareados de modo que no tenían tiempo ni disposición para comer. Esto se sigue practicando hoy día, como sabemos. Evangelizadores, ministros, todos los implicados en la «pastoral», esto es, el cuidado del rebaño del Señor, son invitados, si puede ser una vez al año, a esto mismo, a ir con Jesús a un sitio tranquilo para estar allí, para repasar lo que han hecho y hacen, revisar las motivaciones más profundas que tienen que ver con la propia relación de cada evangelizador con Cristo mismo. Como decíamos el domingo anterior, la misión que llevan a cabo, en la que colaboramos todos desde nuestro nuevo ser bautismal, tiene que ver con Jesús mismo, no es un empleo o una delegación para hacer propaganda o para vigilar que no se desmanden las ovejas. Es Jesús mismo quien llama y envía y a solo a Él hay que dar cuenta, en última instancia, de nuestras motivaciones, aunque de nuestros métodos y contenidos tenemos que dar también cuenta a los demás, a la misma asamblea de la iglesia y su legítima jerarquía. Porque lo que se hace y dice en nombre y en comunión con Jesús debe ser lo que Él hacía y decía, no se puede «mejorar» ni «actualizar» según el propio criterio del evangelizador. Y lo más importante: el poder hacerlo depende de la vinculación del apóstol, sea cual sea su «jerarquía» o posición eclesial, con el mismo Cristo Jesús, de la progresiva identificación de su persona con la del Señor y esto solo se consigue con la diaria comunicación en la oración, con la vivencia de los sacramentos, con la puesta en práctica efectiva de los mandamientos en la propia vida. Y para sustentar todo esto, Jesús se empeña por hacernos descansar con Él y en Él, los que significa afianzarnos en su amistad («amigos fuertes de Dios» en el lenguaje de Santa Teresa), hacer experiencia de su misericordia que va completando y sanando nuestras deficiencias y pecados, haciéndonos crecer en la confianza en Él; también se esfuerza por desengañarnos de falsedades e ilusiones, desde el amor y la confianza que hemos puesto en Él. Aunque estos encuentros o retiros con Jesús no son un absoluto, como sigue contando el Evangelio. La misión está por encima de ellos, es decir, la gente, el pueblo, las personas a quienes se ayuda, acompaña y consuela. Ellos están primero y cuando los discípulos con Jesús llegan al sitio para estar tranquilos con Él descubren que la gente se les ha adelantado yendo por tierra a su encuentro. Jesús los ve y, como le es propio, se compadece de ellos; deja para otro día el retiro y la oración y el compartir con los suyos y «se puso a enseñarles con calma», sin ninguna prisa, como si no hubiese nada más. De hecho en otro lugar confesará que para esto ha venido, para hacer la luz, para cuidar personalmente de todos aquellos que marchan por ahí como ovejas sin pastor. Y quiere que aquellos a quienes ha elegido como pastores (primera lectura) y que todos sus discípulos, hagan lo mismo.
Primera lectura: Jeremías 23, 1-6
Ay de los pastores que dispersan
y dejan perecer las ovejas de mi rebaño
–oráculo del Señor–.
Por eso, así dice el Señor, Dios de Israel:
– «A los pastores que pastorean a mi pueblo:
Vosotros dispersasteis mis ovejas,
las expulsasteis, no las guardasteis;
pues yo os tomaré cuentas,
por la maldad de vuestras acciones
– oráculo del Señor.
Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas
de todos los países adonde las expulsé,
y las volveré a traer a sus dehesas,
para que crezcan y se multipliquen.
Les pondré pastores que las pastoreen;
ya no temerán ni se espantarán,
y ninguna se perderá
– oráculo del Señor–
Mirad que llegan días
– oráculo del Señor–
en que suscitaré a David un vástago legitimo:
reinará como rey prudente,
hará justicia y derecho en la tierra.
En sus días se salvará Judá,
Israel habitará seguro.
Y lo llamarán con este nombre:
El–Señor–nuestra–justicia.»
Segunda lectura: Efesios 2, 13-18
Hermanos:
Ahora estáis en Cristo Jesús.
Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos.
Él es nuestra paz.
Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio.
Él ha abolido la Ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces para crear con los dos en él, un solo hombre nuevo.
Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, al odio.
Vino y trajo la noticia de la paz: paz a vosotros los de lejos; paz también a los de cerca.
Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.
Evangelio: Marcos 6, 30-34
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo:
– «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado.
Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.