Jesús sabía que tenía que quedarse, que dar permanencia a los que había iniciado, que el reino que anunciaba y realizaba en sus gestos, palabras y actitudes tenía que quedar firmemente anclado en la realidad y en la historia. Porque no se trataba solo de una irrupción, de una de esas tantas esperanzas que han aparecido a lo largo de los siglos como una luz que brilla intensamente pero que, al poco, se apaga. Para ello, como ya dijimos, Jesús eligió entre sus discípulos a los apóstoles y entre ellos, a Pedro, al «bueno» de Simón hijo de Juan, uno de los primeros llamados y de los compañeros más fieles. También hemos visto cómo Jesús lo ha ido preparando, poniendo en situaciones y momentos para templar su espíritu y disponerlo a la tarea que se le encomendará, aunque nada será definitivo hasta que pasen todos a través de la Pascua, de la muerte y resurrección del Maestro, que será el auténtico nacimiento y puesta en marcha de este nuevo pueblo de Dios, la Iglesia que recorrerá, de la mano de Cristo y bajo el cuidado de sus apóstoles, el camino que queda hasta el fin de todas las cosas. En este contexto, el relato del Evangelio de hoy es determinante: es el punto de inflexión de todo el relato evangélico, el lugar y la ocasión en que se «tuerce» (en el mejor de los sentidos) el camino del Mesías y de los suyos hacía donde Dios mismo quiere conducirlos. El relato comienza con la pregunta de Jesús a los suyos acerca de cómo es visto por aquellos que encuentran en su misión. Según el testimonio de sus discípulos, la gente lo ve como un profeta, portador de la Palabra de Dios y que la obra en medio de ellos, un gran profeta, presagio de un cambio importante, como fueron Elías, Jeremías o el mismo Juan Bautista. Después le pide cuál es su opinión, qué piensan ellos y antes que nadie pueda abrir la boca es Simón quien lo confiesa como el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Jesús le manifiesta, le confirma que esto es una revelación y que viene de Dios, del Padre, como aparecerá claro un poco más adelante en el momento de la transfiguración. Es el Padre quien le ha mostrado quién es realmente Jesús en este momento clave y esto significa el comienzo del verdadero aprendizaje porque es cierto que Jesús es el Mesías y el mismísimo Hijo de Dios vivo pero su camino humano no será, precisamente, de gloria en gloria sino a través de la humillación y la muerte misma, solo así se mostrará su verdad y modificará, para siempre, la realidad. Como respuesta a la confesión, Jesús le encomienda su misión propia y única: Simón será Pedro, la Piedra, porque sobre él y su ministerio se construirá y sostendrá la iglesia, aunque su cimiento verdadero es siempre el Mesías, el Hijo de Dios vivo hecho hombre por nosotros. La Iglesia, presencia de Cristo en el mundo a lo largo de toda la historia, se construye con Pedro y sus sucesores porque a ellos el Padre les ha revelado quién es Jesús y esto es lo que les sirve para confirmar la fe de los demás, dirigirlos, cuidarlos, apacentarlos. Significa entender y mantener, salvaguardar cuando se ve amenazado, que la esta Iglesia es, a la vez, divina y humana, que es un cuerpo de hombres que contiene en su centro mismo el misterio de Dios, de cómo el Hijo del Dios vivo se hizo hombre por nosotros. He ahí la razón de por qué ningún poder de este mundo, ni del otro, el del mismo infierno, podrá con ella y lo que hacen aquí, legítimamente, los pastores y especialmente el pastor elegido por el mismo Jesús, tiene repercusión en el cielo, esto es, manifiesta la verdad divina que no pasa, su inconmovible voluntad de amarnos y salvarnos.
Primera lectura: Isaías 22, 19-23
Así dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio:
«Te echaré de tu puesto,
te destituiré de tu cargo.
Aquel día, llamaré a mi siervo,
a Eliacín, hijo de Elcías:
le vestiré tu túnica,
le ceñiré tu banda,
le daré tus poderes;
será padre para los habitantes de Jerusalén,
para el pueblo de Judá.
Colgaré de su hombro la llave del palacio de David:
lo que él abra nadie lo cerrará,
lo que él cierre nadie lo abrirá.
Lo hincaré como un clavo en sitio firme,
dará un trono glorioso a la casa paterna.»
Segunda lectura: Romanos 11, 33-36
¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero9 ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva?
Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén.
Evangelio: Mateo 16, 13-20
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a ‘ sus discípulos:
–«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
–«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
El les preguntó:
–«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
–«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió:
–«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo. »
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.