«Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna»

4 Ago 2024 | Evangelio Dominical

Tras el Signo –la multiplicación cinco panes y dos peces para mostrar que Dios alimenta a su pueblo– Jesús se ha marchado a la soledad para evitar ser nombrado rey por los que bien se han llenado la tripa. Ha dado de comer a sus discípulos y seguidores, mostrando el poder de Dios que actúa en sus manos pero no ha querido convertirse en gobernante humano para solucionar por este modo los problemas del mundo, en concreto, la escasez de alimentos que aún hoy sufre una parte significativa de la humanidad. Manifestó así que no había venido para esto, que su reino no era de este mundo, que los dones de Dios van mucho más allá de lo material –estos bienes ya nos los entregó y es responsabilidad nuestra hacerlos fructificar y compartirlos–. Es importante entender esto para comprender esta primera parte del discurso del Pan de vida que escuchamos hoy y cómo se puede falsificar a la luz del presentismo y materialismo que hoy día vivimos puesto que también muchos cristianos hoy no pueden ver más allá de este realidad material y piensan que ya sería mucho dedicarnos, solamente, a construir y sostener el reino en este mundo solo material. Así, Jesús se encuentra con sus comensales en Cafarnaún, que le cuestionan su marcha. Él responde, leyendo sus corazones, que solo le han buscado porque han llenado el vientre hasta saciarse, que no han visto el Signo, esto es la señal y lo que indica, sino que se han quedado en la mera satisfacción de su hambre y lo único que han anticipado es que con Él quizá pudieran hacer lo mismo a diario. Y no se detiene ahí sino que los llama a esforzarse no por ese alimento solo material sino por otro alimento, que Él les quiere dar, el Pan del hijo de hombre, a quien ha enviado el mismo Dios, el Padre. Es decir, quien os ha dado el pan material os quiere dar otro Alimento, que da la vida eterna. Y aquí comienza verdaderamente el diálogo que intenta mirar al Signo y qué nos está indicando: hay otro Pan que hay que esforzarse por conseguir, como todo lo bueno de la vida. Esta vida es trabajo y esfuerzo siempre, por eso hay que estar atentos a aprovecharla, trabajando directamente en lo que Dios quiere. Y este trabajo, este esfuerzo, enseña Jesús, que es bien fácil aunque a la vez es lo más difícil que podemos afrontar: se trata de creer en Aquél que Dios ha enviado. De aquí el diálogo vuelve al Signo pues aquí está la clave para creer o no en ese enviado, en Jesús mismo. Y la verdad es que ya lo han visto, y hasta saboreado en el pan y peces multiplicados que han compartido, pero no son capaces de reconocerlo. Por eso le hablan de Moisés y el Signo que él obró (primera lectura): dio al pueblo el maná, el pan del cielo, en medio del desierto. Jesús les hace ver que, fue Dios quien les dio este pan y les dará ahora el verdadero Pan del cielo. Y la prueba es su misma Persona, enviada por el Padre, bajado del cielo para dar vida al mundo, y no solo la vida física y temporal sino la vida auténtica que solo puede dar Dios. Ellos, naturalmente, le piden que les dé ese Pan y siempre, y Jesús les puede manifestar, directamente, que Él es el Pan de vida y lo comprobarán cuando acudan a Él y les quite el hambre, cuando crean en Él y ya no tengan jamás sed. De momento, en esta primer parte del diálogo o discurso, Jesús ha pedido creer en Él, esto es, acogerle como auténtico enviado por Dios. Esa es la condición poder gustar, comer, asimilar el Pan que en esta parte es claramente la Palabra de Dios que resuena y es el mismo Jesús.

Primera lectura: Éxodo 16, 2-4. 12-15

Segunda lectura: Efesios 4, 17. 20-24

Evangelio: Juan 6, 24-35