Jesús siempre hablaba con verdad y claridad, directo al corazón de quienes le escuchaban. A menudo nos cuesta entenderlo, quizá, debido a que existe una gran distancia histórica entre su vida temporal y la nuestra. Jesús habla para todos los hombres y todos los tiempos pero lo hace desde una lengua, cultura, mentalidad determinadas, y no podría haber sido de otro modo para respetar la verdad y realidad de la Encarnación. El Hijo eterno del Padre se hizo carne, y así también tiempo, contexto y circunstancias concretas. Es útil e importante conocer bien éstas para entender su palabra, que es divina pero también humana (como nos recuerda el Concilio Vaticano II en la Dei Verbum). Y más, como decía la primera lectura y muchos textos de la Escritura, el Verbo eterno de Dios vino a nosotros revestido de humildad y paciencia, que reflejan el mismo ser de Dios (amoroso, paciente, dador de vida y nunca destructor de ella) pero también, y este es el dato fundamental, que Él es Dios todopoderoso, haciendo su máximo esfuerzo por acercarse a nuestras vidas y realidad, sin «asustarnos» pero tampoco dándonos una falsa impresión ni contando mentiras, aunque sean «piadosas», antes de revelarnos la entera verdad. Ya la escuchábamos el domingo anterior: hay que preferir y poner por delante y por encima su amor, la verdad de su entrega por nosotros, si queremos que nuestra vida cambie realmente, que se vaya haciendo nueva. Para algunos puede sonar duro el que no nos halague, y más en los tiempos que corren, pero para los demás se trata de un signo claro de su amor y de esta encarnación que le ha traído, verdaderamente, a la realidad histórica del hombre, de cada uno. Jesús, en esta ocasión, habla de la propia realidad que contempla, de las consecuencias de su acción y misión: los frutos del reino de Dios. Él se asombra y eleva una oración de bendición y acción de gracias por todos aquellos que sí se dan cuenta de lo que hace y de lo que significa y que, oh sorpresa, son los mismos que ya señalaba la Escritura, la «gente sencilla», los «pobres en el espíritu», mientras que sabios y entendidos no se enteran de nada. Se trata, dice Jesús, de la voluntad directa del Padre («así te ha parecido mejor») que ha puesto todo (la revelación y el modo de hacerla) en manos del Hijo de modo que quien conoce y acoge a este, acoge y conoce al Padre mismo y toda la verdad que manifiesta. Lo que Jesús hace es mostrar a la vista y juicio de todos esa unión única que tiene con el Padre y que hace del Uno y del Otro claves de la revelación personal de Dios: como se conocen mutuamente, así se quieren dar a conocer y el ministerio de Jesús es la puesta en práctica de todo esto. Pero como siempre en el Evangelio, no se trata de meras ideas, «conocimiento» solo intelectual o teorías discutibles sino de la vida y de la realidad. Acoger y creer a Jesús significa uncirse a su «yugo» (una expresión que los escribas aplicaban a la Ley) y experimentar, paradójicamente, alivio, descanso y liberación. Esta es, pues, la nueva Alianza, esto es, la amistad y el amor de Dios que se ofrecen y de un modo bien concreto a través de la amistad y el amor de este hombre, Jesús. Se trata, sí, de un compromiso, un «yugo», un carga pero es suave y capaz de dar sentido a la vida propia y comunitaria. Vivir con sentido cuesta y puede ser a veces duro pero eso es vivir y no vegetar o que hacerlo como felices mascotas.
Primera lectura: Zacarías 9, 9-10
Así dice el Señor:
«Alégrate, hija de Sión;
canta, hija de Jerusalén;
mira a tu rey que viene a ti
justo y victorioso;
modesto y cabalgando en un asno,
en un pollino de borrica.
Destruirá los carros de Efraín,
los caballos de Jerusalén,
romperá los arcos guerreros,
dictará la paz a las naciones;
dominará de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. »
Segunda lectura: Romanos 8, 9. 11-13
Hermanos:
Vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros.
El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
Así, pues, hermanos, estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.
Evangelio: Mateo 11, 25-30
En aquel tiempo, exclamó Jesús:
–«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»