«Todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío»

6 Sep 2025 | Aventuremos la Vida, Evangelio Dominical

Hoy el Evangelio nos propone para la reflexión y la celebración uno de los discursos más característicos de Jesús: la invitación a seguirle sin ocultar las condiciones que lo harán posible, pues está claro que no se puede ser cristiano –es decir, seguidor con toda la vida de Cristo– sin, por lo menos, intentar cumplir con sus palabras. Y son palabras tan conocidas como, quizá, mal entendidas. Es cierto que son difíciles y pueden resultar hasta duras (como dura es la misma vida y la realidad) pero Jesús siempre dice la verdad y no hay otro modo de ir tras Él, de poder alcanzar la meta, el premio, la plena comunión con Dios y con los demás que hay al final de este seguimiento. La primera lectura nos recordaba la inmensa diferencia que hay entre Dios y nosotros y que es algo siempre a tener en cuenta: por más que nos esforcemos nunca conseguiremos «comprender» (aprehender) lo que hay en el cielo o a Dios mismo. Fue preciso –y lo sigue siendo– que Él nos dé sabiduría, que envíe su «santo Espíritu» desde lo alto. Pues bien, Jesús es esa Sabiduría encarnada, el mismo Lugar donde habita el Espíritu mismo de Dios. Y desde esa realidad, humana y divina, resuena su Palabra. Jesús nunca mintió ni halagó a nadie para ganárselo o hacerle «más fácil» el seguirle. Tuvo poco tiempo entre nosotros y tenía mucho que hacer y revelar y por eso lo hizo por la vía más directa y más clara. Y este es quizá ahora uno de los problemas: que lo dijo todo demasiado directamente, sin florituras ni amortiguamientos. Realmente, no vino y no se quedó para decir palabras bonitas, dar esperanza, sugerir utopías y deseos de libertad, sino para hacer todo eso efectivo, para llevarnos realmente a donde nos ha prometido. Pero partiendo de dónde realmente estamos: desde nuestra naturaleza dañada y pecadora a la verdadera libertad de los hijos de Dios. La distancia es grande y abrumadora, pues sí conocer a Dios es difícil, imaginemos lo que será compartir su misma vida pues Jesús no nos quiere llevar a un paraíso lleno de goces más o menos intelectuales o terrenales o parecidos sino a compartir la misma vida de Dios, quiere que entremos en su misma Familia, ser unos con el Padre, con el Él, con el Espíritu Santo. Y para ayudarnos y convencernos, el mismo Hijo de Dios se encarnó, se hizo hombre para decirnos estas cosas y para caminar delante de nosotros, para crear el camino, enseñárnoslo y sostenernos en él. Ir detrás de Él, para llegar a Dios mismo, significa posponerlo todo y, lo que es más difícil, a todos. Posponer no es apartar ni olvidar, pero sí quiere decir que el amor a Cristo como Hijo de Dios tiene que ser lo primero en nuestra vida. Si no, no hay remedio, no hay camino, no estamos en la misma aventura que Él. Es preciso preferir a Cristo, para conectar directamente con el amor de Dios, para hacerlo el motor de nuestra vida y recibir de Él amor como para amar a los demás como se merecen, no como nos parezca a nosotros. Porque de esto va el camino, de desapropiación, de tomar la propia cruz que son las responsabilidades y realidad de nuestra vida, y de cuantos hay en ella, y tirar para delante. A la vez, como nos decía al final el Evangelio, esto no se puede hacer como un pálpito, dejándonos llevar de ninguna intuición o falso enamoramiento, pues estas fuerzas llegan donde llegan. Necesitamos todo nuestro ser y aquí, en concreto, Jesús nos indica usar bien nuestro discernimiento, nuestra capacidad de cálculo y prevención, al modo del promotor o el rey de la parábola, que se sientan a pensar antes de afrontar un gran reto. Igual nosotros: nos tenemos que plantear muy en concreto nuestra vida y nuestras fuerzas, cómo marchamos, realmente, en este camino de seguimiento, si nos sigue atrayendo Jesús, qué pensamos de su proyecto y de adónde nos lleva y, sobre todo, hasta donde estamos dispuestos a aportar de nuestra vida y amores. Lo decisivo es, como en cualquier empresa humana, que queramos y podamos. Lo primero, depende de cada uno y lo otro de Dios. Jesús nos hace ver, en cada enseñanza, en cada celebración (donde revivimos su entrega hasta la muerte, que Él llegó realmente, como hombre, hasta el final) que podemos, que tenemos su Palabra, su Presencia, el Espíritu Santo. Solo nos falta decidirnos de una vez y aplicarnos realmente a la tarea más importante de nuestra vida.