«Ten­drán respeto a mi hijo»

7 Oct 2023 | Evangelio Dominical

Una parábola más donde Jesús expone muy claramente, como de un vistazo, qué significa acogerle o rechazarle: cómo interpreta Él, y se trata de la interpretación más acertada, la actitud de los hombres frente a su misión. Tirando de las profundas raíces bíblicas de la profecía (primera lectura) Jesús rehace la parábola que ya contó Isaías para hablar de las relaciones de Dios y su pueblo y el «pago» que el Señor recibe por sus desvelos e intervención para echar en cara a sus oyentes, los sumos sacerdotes y dirigentes del pueblo, la reacción que ha tenido ante su propio ministerio y predice la reacción final que espera de ellos. Ciertamente, Israel primero, y ahora nosotros, la Iglesia de Cristo, es la viña del Señor. Somos sus creaturas, de las que nunca se ha desentendido, todo lo contrario. Nos ha sostenido y cuidado, nos ha amado para que podamos ser libres, aun a riesgo de que le despreciemos y rechacemos. Somos libres, de verdad, pero también esto tiene sus verdaderas consecuencias. Si en nuestra vida adulta y responsable no reconocemos la verdad y realidad de las cosas, esto es, nuestra dependencia de Dios y de los demás, y persistimos en negar y expulsar a Dios de nuestras vidas, de nuestra sociedad, de su propia creación, lo que viene no podrá ser bueno de ninguna manera. Y ya lo estamos viendo, como ya lo comprobó Israel. Aquella viña fue arrasada una y otra vez por los enemigos, que esperaban siempre su oportunidad, pero esta destrucción estuvo siempre motivada por la corrupción interna, por el lento disolverse de la alianza cuando los que la habían aceptado con las palabras la negaban con las obras y la vida, yendo tras otros dioses y dejando rienda suelta a la injusticia. La parábola de Jesús da en el clavo y lleva al límite a sus oyentes: los dirigentes del pueblo hacen suyo el rechazo de Dios de sus padres y antepasados y lo llevan al culmen. Pues cuando el propio Hijo de Dios aparece para reclamar los frutos de la viña y echar en cara a sus administradores su injusticia, deciden expulsarlo de la viña y asesinarlo para quedar ellos como los plenos poseedores de la viña y su destino, para poder «autodeterminarse» completamente como dirían nuestros contemporáneos. El hombre no debe nada a nadie, menos a Dios. Es su propio creador, amo, dueño, puede hacer exactamente lo que dé la gana, recrearse continuamente según los modelos que se van proponiendo a una «mayoría» siempre «bien guiada» por unos dirigentes siempre interesados en que no haya ningún poder por encima de ellos que los cuestione y llame a permanecer en la razón. De hecho, usando el sentido común, esta parábola tuvo que ser una de las razones que le llevaron a la muerte , como Jesús mismo predice. No obstante, como bien sabemos, esto no consiguió expulsar a Dios de nuestra vida, sino todo lo contrario. Amándonos Jesús, el Hijo, hasta el extremo, dejándose matar en la carne, «expulsar» de la viña, consiguió quedarse para siempre, convertirse en la esperanza de todos los hombres, hacer fracasar, para siempre, a aquellos que nos quieren engañar diciéndonos que no hay creación ni poder más grande que el suyo.

Primera lectura: Isaías 5, 1-7

Segunda lectura: Filipenses 4, 6-9

Evangelio: Mateo 21, 33-43