«Talitha qumi»

30 Jun 2024 | Evangelio Dominical

Los signos de Jesús que describe el Evangelio ratifican la afirmación de la primera lectura: «Dios no hizo la muerte ni disfruta destruyendo a los vivientes». Su misión en esta tierra tuvo como uno de sus objetivos principales preservar y restaurar la vida, amenazada, paradójicamente, por la capacidad humana para separarse de Dios. Y es que Dios es el origen de la vida, Él mismo es el Viviente por excelencia y todo lo que existe viene de su libre voluntad. Nos creó, nos sostiene y en Cristo quiso reparar y restaurar todo aquello que nosotros mismos habíamos dañado y destruimos. No es Dios quien amenaza la vida sino nosotros y en nuestro tiempo esta amenaza está llegando al paroxismo, prácticamente a la desesperación y la locura. Se pretende su protección, la salud de las personas por encima de todo, la llamada restauración de la naturaleza pero se quiere llegar a todo eso por el camino contrario: la destrucción de recursos y de la misma vida humana precisamente cuándo más protección necesita, en su mismo comienzo y en su final. La vida no es un concepto, una idea, una elección sino la realidad más básica, el fundamento de todo. Es la llama vacilante que nunca hay que apagar, la caña cascada que Dios no quiere romper. Así, Jesús, en el Evangelio, reacciona inmediatamente para proteger la vida de esa niña, la hija del jefe de la sinagoga: está en las últimas y Él acude para imponerle las manos, que se cure y viva. Por el camino, tiene otro encuentro con otra mujer amenazada por la muerte. Doce años lleva perdiendo la sangre, que es la vida y no ha podido encontrar ningún remedio; al contrario, ha consumido casi todo lo que queda de vida en buscarla y nada. Cuando ve a Jesús, intuye que Él es el remedio y se acerca tocar su manto a escondidas. Jesús se dio cuenta porque la vida salió de Él y la curó y pregunta por quien le ha tocado de esa manera, con fe y esperanza. Cuando la mujer se da a conocer, Jesús no puede sino bendecir lo que ella la hecho. Ella ha creído que bastaba tocarle para sanar interiormente y así ha sucedido. Jesús lo ratifica: esa fe que has puesto en obra te ha salvado, te ha unido a mi, ha hecho que la vida saliera de mi y entrara en ti. Cuando por fin llega a la casa del jefe de la sinagoga, la niña, que tenía también doce años, ya ha muerto. Ahora es Jesús el que muestra fe y decisión y decide encontrarla a pesar de que todos creen que será inútil, y ya ha comenzado hasta el duelo. Jesús se acerca a ella, la cogió de la mano (ya todo un milagro el tocar a un muerto que generaba impureza) y le habla, la llama a levantarse de la muerte, a resucitar. Jesús ha restaurado su vida, ha dado continuación a sus escasos doce años de vida, a punto sin duda ya de convertirse en adulta según la época. Jesús, por último, no quiere que el hecho se difunda, no lo ha hecho para propaganda de su persona o su imagen, sino para cumplir con su misión que es proteger y renovar la vida de cada uno de nosotros. Vivir en comunión de fe, amor, vida con Cristo es dejarnos sanar por Dios. Nuestra vida está amenazada, ahora más que nunca, especialmente por la falta de fe y la desesperanza, pero Cristo ha venido, precisamente, para que tengamos vida y vida en abundancia, vida eterna.

Primera lectura: Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24

Segunda lectura: 2Corintios 8, 7. 9. 13-15

Evangelio: Marcos 5, 21-43