La enseñanza directa y las parábolas de Jesús inciden –ya hace varios domingos que lo notamos y lo decimos– en la necesidad que tenemos como cristianos de acoger la presencia y la acción de Dios en nuestras vidas e historia común. El mismo Jesús es el Signo, la prueba, el Sacramento vivo del cambio introducido por Dios mismo y que pretende la liberación, salvación, redención de todos sus hijos. Por eso, visto todo lo visto y oído, diríamos también, es muy lógica la petición de los discípulos que abre este fragmento del Evangelio: ‘Auméntanos la fe’, porque es imprescindible para poder vivir en sintonía con la acción de Dios entre nosotros. Esta fe es también el corazón de la alianza (primera lectura), es la perseverancia (o resiliencia) en ver y obrar en la realidad como sabemos, porque lo creemos, que Dios está obrando. Es esencial para diferenciar la realidad de esta intervención de Dios, con las apariencias que forman la capa superficial de la realidad (injusticia, violencia, pecado, mal, contumacia). Jesús responde con unas palabras que podemos entender como invitación a ‘desengañarnos (que diría Sta. Teresa): la fe es regalo, acción de Dios en cada uno, pero también es acogida nuestra, asentimiento, profundización en la relación personal con Dios mismo en Cristo. Jesús les deja caer que han visto muchas acciones extraordinarias realizas por Él y si tuvieran fe, aunque fuera poca, algo de ello podrían realizar. Fe es confianza en Dios, en el Padre que ha enviado a Cristo, dejarse llevar por el Espíritu que también le mueve a Él para llevar adelante la misión de dar luz, salvación, misericordia y redención a todos. Esta fe nos sitúa en la que tiene que ser la verdadera relación con Dios, que no es un toma y daca, un servicio a sueldo o recompensa sino una entrega de la propia vida, un saber y un gustar el servicio a esta misión, a la manifestación misma de Dios, como lo mejor y más útil de nuestra vida. En la fe se trata de lo que somos y con Quien lo somos, no de lo que hacemos y que ello «nos realice». Es comunión progresiva, ir comprendiendo la voluntad del Padre y cómo esta es el único camino de la vida y la salvación.
Primera lectura: Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4
¿Hasta cuándo clamaré, Señor,
sin que me escuches?
¿Te gritaré «Violencia»,
sin que me salves ?
¿Por qué me haces ver desgracias,
me muestras trabajos, violencias y catástrofes,
surgen luchas, se alzan contiendas?
El Señor me respondió así:
Escribe la visión, grábala en tablillas,
de modo que se lea de corrido.
La visión espera su momento,
se acerca su término y no fallará;
si tarda, espera,
porque ha de llegar sin retrasarse.
El injusto tiene el alma hinchada,
pero el justo vivirá por su fe.
Segunda lectura: 2Timoteo 1, 6-8. 13-14
Querido hermano:
Aviva el fuego de la gracia de Dios
que recibiste cuando te impuse las manos;
porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde,
sino un espíritu de energía, amor y buen juicio.
No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor
y por mí, su prisionero.
Toma parte en los duros trabajos del Evangelio
según las fuerzas que Dios te dé.
Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas,
y vive con fe y amor cristiano.
Guarda este tesoro
con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.
Evangelio: Lucas 17, 5-10
En aquel tiempo, los Apóstoles dijeron al Señor:
–Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
–Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.
Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor, cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «En seguida, ven y ponte a la mesa?»
¿No le diréis: «Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú?» ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid:
«Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.»