Jesús vino entre nosotros (y se quedó en la economía sacramental) para hacer realidad histórica el designio divino, para llevarlo a plenitud. Este incluía a los no judíos, a los «gentiles» o paganos, como recordaba la primera lectura. Israel debía ser el necesario intermediario, el primero en recibir las promesas y gustar algo de su cumplimiento. Así, los judíos admitían (y algunos hasta buscaban) «prosélitos», pues siempre hubo algunos o muchos que impresionados por el Dios de Israel lo buscaban y se convertían. No obstante nunca recibieron los judíos un mandato como el de hacer discípulos de todos los pueblos, más bien los soportaban, sobre todo si no hacían muchas preguntas; digamos que no estaba en sus principios hacerse «católicos», esto es, universales. Jesús, además del designio de Dios que le mueve, tiene que respetar la tradición de su pueblo, el camino recorrido hasta ese momento, siempre que no impida su misión. Las verdades y realidades de la fe se desarrollan, crecen (Cardenal Newman) pero sin perder su ser ni traicionar sus principios pues entonces son una corrupción no un desarrollo verdadero. Solo así las verdades se hacen realidad, se cumplen, llegan a todos pero sin perder su esencia y su verdad. Por eso cuando esta mujer fenicia le sale al paso, no le hace caso al principio, pues «solo ha sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Todavía no había llegado el momento (la Pascua y la misión universal) pero esta mujer, por su hija, lo va a adelantar, convirtiéndose, a la vez , en un signo que hace ver la auténtica obra de Cristo. Y lo hace mediante un gesto de humildad ante el Dios de Israel (un gesto a priori, no después de haber recibido el don, como Naamán el sirio), no comienza reclamando no se sabe bien qué derechos que tendría, solo se dirige, con el máximo respeto y la más grande las urgencias a la vez, a un profeta de Israel sabiendo que no tiene por qué concederle nada. Así Jesús puede reconocer la obra de Dios en ella al tiempo que el esfuerzo de la mujer: es la fe, y una fe grande en Dios y en Él. Ha sucedido en ese momento el verdadero milagro: el encuentro entre esta pagana y el Dios vivo que camina por la tierra para hacer de cada hombre y cada mujer miembros del nuevo pueblo elegido, abierto por fin, gracias a la venida y entrega del Hijo de Dios, a todos. Pero casi tan importante como esto es la necesidad de reconocer la verdad, quienes somos cada uno y quién es Dios. Decía san Juan de la Cruz que a Dios no se le gana por las malas, con la soberbia, sino solo con el reconocimiento humilde de la verdad. Lo mismo santa Teresa: la humildad, que es andar en verdad, es la dama que da el jaque decisivo en el acercamiento y la amistad profunda y verdadera con Dios.
Primera lectura: Isaías 56, 1. 6-7
Así dice el Señor:
«Guardad el derecho, practicad la justicia,
que mi salvación está para llegar,
y se va a revelar mi victoria.
A los extranjeros que se han dado al Señor,
para servirlo,
para amar el nombre del Señor
y ser sus servidores,
que guardan el sábado sin profanarlo
y perseveran en mi alianza,
los traeré a mi monte santo,
los alegraré en mi casa de oración,
aceptaré sobre mi altar
sus holocaustos y sacrificios;
porque mi casa es casa de oración,
y así la llamarán todos los pueblos.»
Segunda lectura: Romanos 11, 13-15. 29-32
Hermanos:
Os digo a vosotros, los gentiles:
Mientras sea vuestro apóstol, haré honor a mi ministerio, por ver si despierto emulación en los de mi raza y salvo a alguno de ellos.
Si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración sino un volver de la muerte a la vida?
Pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables.
Vosotros, en otro tiempo, erais rebeldes a Dios; pero ahora, al rebelarse ellos, habéis obtenido misericordia.
Así también ellos, que ahora son rebeldes, con ocasión de la misericordia obtenida por vosotros, alcanzarán misericordia.
Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos.
Evangelio: Mateo 15, 21-28
En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
–«Ten compasión de mi, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.»
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
–«Atiéndela, que viene detrás gritando. »
Él les contestó:
–«Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió:
–«Señor, socórreme.»
Él le contestó:
–«No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»
Pero ella repuso:
–«Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»
Jesús le respondió:
–«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.»
En aquel momento quedó curada su hija.