«Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua»

12 Ago 2023 | Evangelio Dominical

Jesús sabía que para culminar su obra, no bastaría con el tiempo de su vida, que necesitaba otro «cuerpo», que le hiciese físicamente presente en el tiempo a través de toda la historia. Ese otro cuerpo era la comunidad que se iba reuniendo a su alrededor, aquellos que le acogían y creían en Él como enviado de Dios. Esta comunidad será el nuevo pueblo de Dios y todo pueblo precisa encargados, líderes, dirigentes, conductores que los mantenga y sostenga en el camino escogido. Para esto, Jesús elgió a los Doce y, de entre ellos, a Pedro. El Evangelio testimonia no solo esta elección sino el cuidado puesto por el Señor para convertir a Pedro en el pastor de la iglesia, especialmente tras atravesar la «debacle» que fue la Pascua. Y lo hace, en primer lugar, con el ejemplo de su propia vida. Se trata, lo primero de todo, de que reconozca dónde está y habla Dios, de saberlo y ser capaz de escucharlo. La Palabra nos enseña a todos que es Dios mismo quien se adelanta, se revela, se manifiesta, mediante palabras y gestos que hay que acoger y entender. El lleva la iniciativa en esta aventura que es darse a conocer e ir manifestando gradualmente su presencia a fin de salvarnos y redimirnos. Por ello, ha buscado a personas concretas, Moisés y los profetas, para mantener viva y actualizada la presencia de su Palabra, como nos narraba la primera lectura. Especialmente cuando se presenta una crisis de fe en la que Israel ha confundido a Dios con otro dios falso, casi sin enterarse, el profeta busca una salida, una solución, que siempre es la «reconexión» con la Palabra que el profeta puede reconocer. Jesús mismo es el Hijo de Dios, mucho más que ningún profeta, pero en su humanidad plenamente asumida necesita la oración para estar en plena comunión con el Padre. Mientras Jesús ora, durante casi toda la noche, sus discípulos se marchan, bien porque Él se lo ha dicho o porque se desilusionan, como señala algún comentarista. En un caso u otro, Jesús reaparece andando sobre el agua para dirigirse a ellos, que están en problemas con el mar y la barca, se manifiesta en medio de la tribulación. Ellos lo confunden con un «fantasma» o espíritu «residual» pero Él es el Hijo del mismo Dios que está sobre toda la creación, que lo reconoce, reverencia y obedece. Esto es lo que Jesús quiere transmitir a Pedro, aprovechando que él también quiere probar quién es su Maestro y la comunión efectiva que tiene con Él. Así, Pedro le pide hacer lo mismo que Él y cuando se lo manda, Pedro es capaz de dejar la barca y empezar a caminar sobre el agua embravecida. Al principio, funciona. Pedro, con los ojos puestos en Jesús, anda sobre la tormenta y se acerca a su Maestro pero la fuerza del viento y la misma situación hacen que le entre miedo y que su confianza flaquee, su fe duda y comienza a hundirse. Pero Jesús está allí para sacarlo del agua y de su poca fe y también para calmar la tormenta que amenaza con hundirlos a todos. Por eso los discípulos lo reconocen como quien es, el Hijo de Dios, esto es, su presencia concreta y personal, su misma Palabra y actuación. El camino de Pedro y los apóstoles se prefigura: para guiar y sostener al pueblo de la nueva alianza necesitan mantener su confianza y fe en Jesús, el Hijo de Dios. Les es imprescindible para no hundirse en las procelosas aguas de donde Jesús nos ha salvado. Sobre ellas navegamos o caminamos, lo que cada uno sepa o pueda, pero siempre con los ojos y el corazón puestos en Jesucristo.

Primera lectura: 1Reyes 19,9a.11-13a

Segunda lectura: Romanos 9,1-5

Evangelio: Mateo 14,22-33