«Sabed que estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo»

20 May 2023 | Evangelio Dominical

El día de la Ascensión celebramos y revivimos el momento único y definitivo de la entrada en el cielo, el ámbito de Dios, de la eternidad, de lo que no pasa, de nuestra naturaleza humana, la que compartimos con Jesús y Él con nosotros. Y esto significa para cada uno la posibilidad real de participar de todo eso que Jesús ha conseguido para nosotros: desde este momento (desde nuestro bautismo y la gradual participación en la vida de la gracia) la redención, el cambio sustancial de nuestro ser pecador hacia la filiación divina y la plena fraternidad y, después de la muerte, la vida eterna. Después de cuarenta días intensos y bien aprovechados donde Jesús ha estado repitiendo lo ya enseñado sobre el reino, el cumplimiento de las promesas divinas, dando pruebas históricas y verificables humanamente sobre su resurrección, también esta etapa terminó y tuvo que marchar, partir hacia el Padre, pidiendo a los suyos aguardar «que se cumpla la promesa del Padre» que consistirá en que serán «bautizados con Espíritu Santo» y eso sucederá en «pocos días». Así lo contaba el libro de los Hechos, situándolo en Jerusalén de donde, además, no deben alejarse por el motivo adelantado antes. El Evangelio lo sitúa, en cambio, en Galilea donde están los discípulos según las instrucciones de Jesús Resucitado y cerrando el círculo de la vida terrena de Jesús, quien asciende y «desaparece» desde el lugar donde había comenzado la misión. Y que para Mateo, el evangelista que nos acompaña este año, la Ascensión tiene que ver directamente con la misión que trajo a Jesús a este mundo y que a partir de ahora los discípulos tienen que continuar, también la iglesia de nuestros días y cada uno de nosotros. Ahí están, dice el texto, los once discípulos, señalando así que la criba, la crisis ha marcado también a los doce, y recordando la traición, la pasión, la muerte y la redención subsiguiente. Aun entre ellos hay división (unos que se postran, otros que vacilan). Ante ellos, lo que hay (como ahora), Jesús manifiesta que ha recibido todo el poder, que es Dios Todopoderoso, como el Padre, en cielo y tierra, en toda la realidad, y que lo más importante aquí, para dar uso a este poder, no es arreglar la economía, las carreteras o la sanidad (que buena falta hacía y hace) sino «ir y hacer discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», lo que implica enseñar «a guardar todo lo que os mandado». Si Jesús dice que esto es lo primero y lo principal, y así lo entendieron los discípulos, significa que conseguido esto, es decir, la vinculación personal de cada hombre con el Dios vivo y actuante (Padre, Hijo, Espíritu) lo demás irá viniendo por añadidura, y con libertad y con permanencia, además. Ese es el verdadero «progreso»: reconocer y saber de donde venimos y adónde vamos. Y que el inmenso poder de Dios no se utiliza para bloquear ni obligar las conciencias sino para asegurar la fidelidad de Dios: «sabed que estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 1, 1 – 11

Segunda lectura: Efesios 1, 17-23

Evangelio: Mateo 28, 16-20