Jesús sigue enfrentando el sufrimiento y el mal que se manifiestan en la enfermedad como manifestación de Dios que se cuida de los suyos, que ha venido y se manifiesta como sanador y reparador de los hombres que creó y que sufren y ya no se ordenan a fin creatural: la plena comunión con Dios y entre ellos. Ya dijimos, haciéndonos eco de la Escritura, que hay una relación entre pecado y enfermedad. Esta, en muchas ocasiones, no es sino un reflejo del principal mal que aqueja al hombre, que es haberse separado de Dios, rechazar su natural dependencia respecto de Él, que se convierte también en la corrupción de las relaciones con los demás. Por supuesto, había y hay, enfermedades y enfermedades. En tiempos de Jesús, y hasta hace muy poco, si es que acaso se ha superado, una de las que marcaba en todos los aspectos la vida de un hombre era la lepra. Es una enfermedad que se hace visible y que marca a la persona de un modo terrible. En la antigüedad (primera lectura) hacía al israelita «impuro», esto es, le expulsaba de la comunidad de culto y de la compañía de los demás. En el Evangelio se presenta a un leproso quien, saltándose la Ley, se acerca a Jesús para suplicarle la curación, sin duda desesperado y acogiéndose a la fama que había adquirido como sanador de cualquier mal. Así decide ponerle a prueba suplicándole la curación. Se lo dice, además, con plena confianza: «si quieres, puedes limpiarme», esto es, sé qué puedes, reconozco el poder que te da tu autoridad. Y Jesús no puede si no responder que sí, que quiere y que, por tanto, queda limpio. Al hacerlo, dice el texto, que «lo tocó», saltándose también la Ley, el primer milagro. Y como en las demás enfermedades y males curados, «la lepra se le quitó inmediatamente» y «quedó limpio». Pero la lepra era una enfermedad más complicada que las demás y requería presentarse ante el sacerdote que tenía que certificar que ésta había efectivamente desaparecido y así devolviese al que había quedado limpio su lugar en el pueblo de alianza. Así podría reincorporarse a su vida, lo que quedara de ella, y al culto, a la relación con Dios. El hecho descubre el sentido de lo que hace realmente Jesús y que es mucho más que curar o aliviar el sufrimiento: se trata de renovar, restaurar, sanar sí pero en profundidad la realidad humana. Y no basta con la restauración «interior», con que cada uno se convenza del amor de Dios y que siga adelante como pueda sin importarle la opinión de los demás. No, se trata del hombre completo, en su ser y en sus relaciones. Somos cuerpo y somos alma y somos también nuestra familia, nuestras relaciones. No se trata solo de curarme yo sino de sanar la misma realidad, lo cual requerirá mucho más que palabras y buenas intenciones. Se trata de curar a cada uno y luego posibilitar un nuevo espacio de encuentro y relaciones donde esta curación pueda sostenerse y «progresar», esta vez, a la verdadera meta de la vida humana, que no es hacer «carrera» hasta la jubilación y la muerte, sino la plena comunión. Por lo dicho, se hace inevitable que lo hecho por Jesús se llegue a saber, aunque el que ha quedado limpio, se pasa en las ponderaciones creando problemas a Jesús. Es un dato evangélico que Jesús no quería esta propaganda, lo cual es raro dado la naturaleza de su misión y que tenía para ella un tiempo limitado Por qué este «secreto mesiánico». Es uno de esos temas del Evangelio siempre sujetos a debate y a interpretación pero Jesús huye de esta propaganda porque, en el fondo, todo o casi, depende del encuentro personal con Él. Es su persona la que hace presenta la novedad, el verdadero cambio. No es un movimiento social, es la construcción del nuevo pueblo de Dios, abierto a todos sí, pero este se funda en el encuentro y aceptación de Aquél que el Redentor, el Renovador de todo lo humano.
Primera lectura: Levítico 13, 1-2. 44-46
El Señor dijo a Moisés y a Aarón:
– «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza.
El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: «impuro, impuro!» Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.»
Segunda lectura: 1Corintios 10, 31-11, 1
Hermanos:
Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.
No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos,
ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven.
Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.
Evangelio: Marcos 1,40-45
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
– «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
– «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente:
– «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.