«Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»

9 Sep 2023 | Evangelio Dominical

Pedro y los discípulos ya conocen la verdad de Jesús, que es el Mesías y el Hijo del Dios vivo y también el mismo Jesús les está explicando cuál va a ser su camino: el desprecio y rechazo de las autoridades y de los que cuentan, la muerte y la resurrección. Pero también los instruye para que prosigan su misión, para que cuando Él desparezca de la vista pueda seguir actuando en el mundo a través de ellos, cada día, hasta que pueda volver, hasta el fin de todas las cosas. Para ello, enseña Jesús, deben ser conscientes de que son el nuevo pueblo de Dios, una familia, una comunidad, una fraternidad verdadera. Estamos en el c. 18 del Evangelio de Mateo que reúna buena parte de la enseñanza del Maestro sobre este asunto. Jesús ha comenzado enseñando que en el nuevo pueblo de Dios no hay «grandes» en lo humano, sino que todos son «pequeños» porque su pertenencia a la comunidad depende de que le acojan a Él, con un corazón abierto y plena donación, como hacen los niños. Acoger a Cristo es, en realidad, acoger al que se ha hecho el «más pequeño» para poder acogerles y perdonarles a todos. Por lo mismo, hay que cuidarse mucho de los escándalos, es preciso luchar contra el pecado en uno mismo porque es como un cáncer que nos va destruyendo si no le ponemos cota. Este mal es el pecado, el egoísmo, que niega a Jesús y a su misión, y que se manifiesta también como el mayor mal de la comunidad. Y ahí es preciso combatirlo. En primer lugar, cada hermano peca, todos podemos pecar; si algo nos iguala es, de un lado, el amor de Dios como Padre y de otro, que cada uno podemos pecar, no importa lo «alto» que estemos o creamos que estamos. Jesús se refiere a pecados graves, esto es, que bien sean privados o públicos, afectan a la entraña misma de la comunidad, desdicen de su fe, son un «escándalo» que niega la misión de Jesús. Cuando esto sucede, la comunidad lo aborda según establece Jesús: primero, reprenderlo a solas y si escucha y se convierte, está salvado. Pero si no, se repite el encarar al pecador con la ayuda de de otro u otros dos, que se convierten así en testigos. Si sigue sin hacer caso, toca hacerlo ante toda la comunidad. Por último si ni así hace caso y se convierte, «considéralo como un gentil o un publicano». Sin duda se refiere al máximo castigo que aplica la comunidad, la iglesia entera: la excomunión, esto es, declarar temporalmente que este hermano (o hermana) no es de los nuestros, que niega con su vida la fe que sostiene la iglesia entera. Se trata de la explicación y la aplicación del «poder» entregado a Pedro y también a la iglesia entera: «todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo». Se manifiesta así la verdadera naturaleza de este «poder» que relaciona la tierra y el cielo, lo que hacen los hombres que tienen la autoridad para hacerlo y queda reflejado en el mismo cielo, el ámbito de Dios. Este «poder» ya lo tenían los rabinos para lo mismo: como último recurso para proteger la sinagoga, la asamblea judía. Y es un poder no para disponer y decidir el bien y el mal, o a los malos de los buenos, sino el último recurso humano para que quien ha pecado experimente las consecuencias de sus actos y les ponga remedio, convirtiéndose, para que vuelva reconociendo sus errores y pecados y arrepintiéndose. Después, Jesús revela el fundamento tanto de esto como de la comunidad misma: el estar juntos y de acuerdo tiene un valor inmenso ante Dios. Si nos ponemos de acuerdo en pedir algo, el Padre nos lo concederá y esto es porque, en medio nuestro, y basta que seamos dos o tres reunidos conscientes de la relación con Él, Jesús mismo asegura su presencia: «allí estoy yo en medio de ellos».

Primera lectura: Ezequiel 33, 7-9

Segunda lectura: Romanos 13, 8-10

Evangelio: Mateo 18, 15-20