Jesús continúa hoy explicando a los suyos su misión y la razón profunda de lo que está por suceder. El no es un predicador de la armonía a ultranza, un «fundamentalista» de la paz a quien no importen la circunstancias ni la verdadera raíz de los conflictos que se esconde en el corazón del hombre, roto a menudo por la lucha entre obedecer o no a Dios. Como Jeremías en la primera lectura, Jesús se debe, ante todo, a la verdad. De cara a la terrible situación que sufría Jerusalén en tiempos de Jeremías, la Palabra de Dios no podía callar, no podía engañar a los suyos, como hacían los dirigentes (políticos) del tiempo a fin de salvaguardar sus propios intereses y no los de la gente. Jeremías predica que la voluntad de Dios no es que luchen -en estas circunstancias- sino que se rindan, que solo así podrán salvar, al menos, su vida. Jesús, en cambio, también haciendo gala de su palabra profética, invita a luchar, dice que ha venido a prender fuego y que desearía que ya estuviese ardiendo. Luchas interiores, familiares, comunitarias pues no ha venido a traer calma y tranquilidad de espíritu, sino escándalo y contradicción. Ante su Palabra, su presencia, su Persona todos tendrán, tendremos que decidir si entrar en esta lucha o quedarnos mirando. Una cosa está clara: seguir a Jesús es entrar, tras Él, en la lucha, enfrentar a quien haga falta, empezando por nosotros mismos, con tal que pasar con «ser bautizados» en este cambio provocado por la irrupción de Jesús y que quiere llevarnos con él, a través de la muerte a todo lo que no vale, a resucitar, a encontrar ahora y para siempre el sentido de lo que vivimos.
Primera lectura: Jeremías (38,4-6.8-10)
En aquellos días, los dignatarios dijeron al rey:
«Hay que condenar a muerte a ese Jeremías, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia».
Respondió el rey Sedecías:
«Ahí lo tenéis, en vuestras manos. Nada puedo hacer yo contra vosotros».
Ellos se apoderaron de Jeremías y lo metieron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. Jeremías se hundió en el lodo del fondo, pues el aljibe no tenía agua.
Ebedmélec abandonó el palacio, fue al rey y le dijo:
«Mi rey y señor, esos hombres han tratado injustamente al profeta Jeremías al arrojarlo al aljibe, donde sin duda morirá de hambre, pues no queda pan en la ciudad».
Entonces el rey ordenó a Ebedmélec el cusita:
«Toma tres hombres a tu mando y sacad al profeta Jeremías del aljibe antes de que muera».
Segunda lectura: Hebreos (12,1-4)
Hermanos:
Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.
Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.
Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
Evangelio: Lucas (12,49-53)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra.