La gran fiesta de Pentecostés cierra del mejor modo posible las grandes celebraciones pascuales y nos invita a recordar, revivir, agradecer el corazón mismo de nuestra fe. Si somos cristianos, si podemos «gustar» el gran bien de la fe y vivirlo siquiera como una realidad gozosa y esperanzadora es gracias a que Dios mismo se nos ha dado, como Padre, como Hijo y ahora también como Espíritu Santo. Las lecturas nos narran el don histórico del Espíritu, pocos días después de la Ascensión de Cristo, tal y como Él lo había prometido. En la vida humana todo debe tener un comienzo, como lo tiene nuestra vida, para poder ser real y para que lo podamos gustar y disfrutar y así lo tuvo el don precioso del Espíritu. Podemos, incluso, hacer una analogía con la Eucaristía, que es el mismo don del Hijo de Dios vivo y presente en su Iglesia hasta el fin de los tiempos y que tuvo su comienzo en la tarde del jueves santo. Desde ese momento, cada vez que volvemos celebramos la Eucaristía, se renueva este Don y todos sus beneficios, la vida y la obra de entrega a Dios de Cristo por nosotros sigue renovando la vida de los creyentes que participan en ella y la de toda la iglesia, especialmente la de aquellos que son recordados explícitamente en ella. Así sucede, analógicamente, con el Don del Espíritu: se inició «oficial» y realmente en Pentecostés y desde entonces, Dios Espíritu Santo, habita no solo en la iglesia sino en cada uno de nosotros y nos permite la oración, la participación de la vida común eclesial, de los sacramentos, nos impulsa a hacer verdad en la propia vida los mandamientos de Jesús. En efecto no podemos saber ni pensar ni decir siquiera que Jesús es el Señor sin el Espíritu Santo. La primera lectura nos recordaba que, en efecto, que «unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» y así «se llenaron todos del Espíritu Santo». Esto es, en la iglesia, en la comunidad (el Espíritu no «sirve» para el egoísmo ni el individualismo aunque sí a completar maravillosamente la vocación personal y propia de cada uno) el Espíritu descansa y habita desde este día, accesible para cada uno en el Bautismo, la Confirmación, haciéndonos cristianos y llevándonos a esta plenitud que es personal y es también comunión completa con Dios y con los demás. El Evangelio nos recordaba que Dios Espíritu se nos da gracias a la persona y la obra de Cristo. Hasta que resucitó y fue reconocido y acogido entre los suyos, no pudo completar así su obra con el mayor de los dones, que es Dios mismo. Ahora sí podemos decir que nos ha dado todo lo que tenía: no solo su propia vida y ser (lo muestran sus heridas y su presencia que es por sí misma paz y perdón) sino al mismo Dios en la forma de la adopción como verdaderos hijos del Padre y haciéndonos verdaderos templos donde puede habitar su Gloria, su Espíritu para que estemos seguros de su compromiso de estar con nosotros todos los días hasta la vida plena, unidos a la misma vida de Dios que ya podemos disfrutar en la iglesia en la oración, los sacramentos, la entrega y el servicio viviendo los mandamientos.
Primera lectura: Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.
Enormemente sorprendidos, preguntaban:
–«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»
Segunda lectura: 1Corintios 12,3b-7. 12-13
Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Evangelio: Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
–«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. »
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
–«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. »