«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo»

27 May 2023 | Evangelio Dominical

La gran fiesta de Pentecostés cierra del mejor modo posible las grandes celebraciones pascuales y nos invita a recordar, revivir, agradecer el corazón mismo de nuestra fe. Si somos cristianos, si podemos «gustar» el gran bien de la fe y vivirlo siquiera como una realidad gozosa y esperanzadora es gracias a que Dios mismo se nos ha dado, como Padre, como Hijo y ahora también como Espíritu Santo. Las lecturas nos narran el don histórico del Espíritu, pocos días después de la Ascensión de Cristo, tal y como Él lo había prometido. En la vida humana todo debe tener un comienzo, como lo tiene nuestra vida, para poder ser real y para que lo podamos gustar y disfrutar y así lo tuvo el don precioso del Espíritu. Podemos, incluso, hacer una analogía con la Eucaristía, que es el mismo don del Hijo de Dios vivo y presente en su Iglesia hasta el fin de los tiempos y que tuvo su comienzo en la tarde del jueves santo. Desde ese momento, cada vez que volvemos celebramos la Eucaristía, se renueva este Don y todos sus beneficios, la vida y la obra de entrega a Dios de Cristo por nosotros sigue renovando la vida de los creyentes que participan en ella y la de toda la iglesia, especialmente la de aquellos que son recordados explícitamente en ella. Así sucede, analógicamente, con el Don del Espíritu: se inició «oficial» y realmente en Pentecostés y desde entonces, Dios Espíritu Santo, habita no solo en la iglesia sino en cada uno de nosotros y nos permite la oración, la participación de la vida común eclesial, de los sacramentos, nos impulsa a hacer verdad en la propia vida los mandamientos de Jesús. En efecto no podemos saber ni pensar ni decir siquiera que Jesús es el Señor sin el Espíritu Santo. La primera lectura nos recordaba que, en efecto, que «unas len­guas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» y así «se llenaron todos del Espíritu Santo». Esto es, en la iglesia, en la comunidad (el Espíritu no «sirve» para el egoísmo ni el individualismo aunque sí a completar maravillosamente la vocación personal y propia de cada uno) el Espíritu descansa y habita desde este día, accesible para cada uno en el Bautismo, la Confirmación, haciéndonos cristianos y llevándonos a esta plenitud que es personal y es también comunión completa con Dios y con los demás. El Evangelio nos recordaba que Dios Espíritu se nos da gracias a la persona y la obra de Cristo. Hasta que resucitó y fue reconocido y acogido entre los suyos, no pudo completar así su obra con el mayor de los dones, que es Dios mismo. Ahora sí podemos decir que nos ha dado todo lo que tenía: no solo su propia vida y ser (lo muestran sus heridas y su presencia que es por sí misma paz y perdón) sino al mismo Dios en la forma de la adopción como verdaderos hijos del Padre y haciéndonos verdaderos templos donde puede habitar su Gloria, su Espíritu para que estemos seguros de su compromiso de estar con nosotros todos los días hasta la vida plena, unidos a la misma vida de Dios que ya podemos disfrutar en la iglesia en la oración, los sacramentos, la entrega y el servicio viviendo los mandamientos.

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 2, 1-11

Segunda lectura: 1Corintios  12,3b-7. 12-13

Evangelio: Juan 20, 19-23