Entre parábola y parábola, Jesús responde a los que le quieren comprometer para que Él mismo se condene con sus respuestas. Le plantean las cuestiones más intrincadas y discutidas para que se posicione y poder atraparlo, sino es por un lado, pues por el otro. El texto de hoy refiere una de las más espinosas, entonces y ahora también: las relaciones entre religión y política, servicio a Dios y a los gobernantes de turno. Jesús lo afronta desde la tradición bíblica, la revelación del Dios verdadero, como se refleja en la primera lectura. En ella, el profeta Isaías habla de la elección de un pagano, Ciro el persa, como «ungido», con la misión de liberar al pueblo de Dios cautivo en Babilonia, una vez cumplidos los setenta años de su castigo. Es decir, para la revelación, el gobernante es siempre el encargado de una tarea que se integra en el plan salvífico de Dios, que es quien rige y gobierna, aunque no lo hace al modo de los otros («mis caminos no son los vuestros»). Para cumplirla, el Señor lo elige y le da todo su apoyo, siempre que el elegido se mantenga en los términos del encargo que se le ha hecho (esto está muy claro en la tradición profética donde se recoge cómo Dios abomina de aquellos pueblos designados para castigar a su pueblo cuando se les va la mano). En este contexto a Jesús le presentan la cuestión por su lado más espinoso: si se deben pagar tributos al César romano o no, si el hacerlo está de acuerdo con la voluntad de Dios, que es rey en Israel. Él entiende, de raíz, su mala voluntad, que no desean la verdad sino atraparle y les da la respuesta que merecen, para descolocarles, y lo consigue, a ellos y a cuantos se quieren aprovechar del Evangelio para hacerse con el poder o para conservarlo. La respuesta es demoledora, para descubrir su hipocresía y que lo que quieren de Él no es sino «tentarle». Pide que le muestren la moneda con que pagan al impuesto sobre la que está impresa la cara y la correspondiente inscripción del César, pues era él quien se hacía garante del valor de cambio de la moneda, y les dice que, puesto que la moneda es de él, que se la pueden devolver sin ningún escrúpulo. Detrás hay una fina ironía ya que todos sabían que los fariseos, que preguntan, eran muy nacionalistas (y por ello muy queridos del pueblo) pero también muy amigos del dinero. Lo que les dice, en el fondo, es que, no hay problema en dar al César lo que vino de él pero que ellos tienen problema por su amor a la riqueza y el dinero, aunque este venga del mismo diablo. Este «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» se ha utilizado y se utiliza a la hora de discernir opciones sociales o políticas de los creyentes o de la misma iglesia y así algunos afirman que la iglesia se ha pasado y se pasa siglos defendiendo sistemas políticos que ya no funcionan (primero la monarquía absoluta, que tenía poco que ver con la monarquía tradicional, luego la democracia liberal y últimamente, hasta el socialismo) pero la afirmación de Jesús traza una línea bastante nítida entre lo debido a Dios, origen, fundamento y meta de nuestra vida, y lo debido a los poderes de turno, siempre temporales, siempre «elegidos» para cuidar en el tiempo de los hijos de Dios y que tiene que demostrarlo con el respeto debido a la verdad de Dios y de su creación, que implica saber que su poder es para servir y que depende de Dios, no como delegados suyos sino como comprometidos en la misma obra y en la búsqueda de la misma meta, que trasciende el tiempo y este mundo, que es la plena comunión con Dios, la vuelta al Señor que nos hizo y la real y verdadera comunión entre nosotros.
Primera lectura: Isaías 45, 1. 4-6
Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro,
a quien lleva de la mano:
«Doblegaré ante él las naciones,
desceñiré las cinturas de los reyes,
abriré ante él las puertas,
los batientes no se le cerrarán.
Por mi siervo Jacob,
por mi escogido Israel,
te llamé por tu nombre, te di un título,
aunque no me conocías.
Yo soy el Señor y no hay otro;
fuera de mí, no hay dios.
Te pongo la insignia,
aunque no me conoces,
para que sepan de Oriente a Occidente
que no hay otro fuera de mí.
Yo soy el Señor, y no hay otro. »
Segunda lectura: 1Tesalonicenses 1, 1-5b
Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz.
Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones.
Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor.
Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que, cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda.
Evangelio: Mateo 22, 15-21
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron:
–«Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?»
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:
–«Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto. »
Le presentaron un denario. Él les preguntó:
–«¿De quién son esta cara y esta inscripción?»
Le respondieron:
–«Del César.»
Entonces les replicó:
–«Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. »