Celebrar la Pascua es revivir, introducirnos siempre un poco «más adentro en la espesura» del misterio de Dios revelado y cumplido («al modo de Dios», cfr. CB 23,6) en Jesucristo. Comenzamos por recordar los textos preciosos del encuentro de Jesús, en su cuerpo glorioso, con su comunidad, cómo los fue reuniendo, perdonando, abriéndoles la mente y el corazón para que comprendiesen las Escrituras y, por tanto, a Él y el nuevo modo de su presencia. También hemos celebrado que Él es y siempre será el Buen Pastor: no sólo nos salvó de una vez para siempre, sino que se quedó entre nosotros para sostener y guiar nuestro camino hacia la meta que nos ha conseguido, que no es sino compartir y disfrutar la misma vida de Dios. Hoy hemos vuelto al lugar y el momento donde comenzó a cumplirse todo eso: el cenáculo donde Jesús, antes de padecer, adelantó y compartió el misterio de su entrega y, adónde vuelve después de su Resurrección para explicarnos todo lo sucedido y sus implicaciones y, sobre todo, cómo podemos alcanzar la que, gracias a Él, es nuestro objetivo y meta. El texto que hemos proclamado se sitúa inmediatamente tras la salida de Judas: «era de noche», como afirmaba enfática y misteriosamente el Evangelista, y es el momento en que comienza la glorificación del Hijo del hombre, el camino que le devuelve al Padre y le permite llevarnos junto con Él hasta nuestra meta. Ha comenzado el desenlace de toda la vida de Jesús y así confiesa que ya le queda poco para estar con los discípulos, para terminar de revelar su realidad y el misterio de Dios que les está transmitiendo. Y quizá es por esto que deja caer esta «bomba» del mandamiento nuevo, el corazón de la Ley según Jesucristo, la Nueva Alianza en el más amplio sentido de la expresión: «que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros». En primer lugar, queda claro que se trata de una entrega: Jesús dice directamente: «os doy un mandamiento nuevo». Como la primera Alianza, se trata de un mandato que es el modo de vivir desde un don (el amor divino realmente manifestado en la vida y entrega de quien lo da) y para construir y fundar un pueblo, una comunidad, una familia que esta vez, sí que va a ser capaz de asumir a toda la humanidad; no será solamente un signo, como Israel, de la revelación del Dios verdadero y de su intención de llamar a todos en un futuro, en cuanto pueda ser. Jesús pide en el mandamiento lo que ya ha entregado y está a disposición de todos: el perdón, el amor de Dios mismo en su vida y obra, en su muerte y resurrección, pues sabe perfectamente que solo puede dar y darlo además todo, quien ha recibido, quien lo ha recibido todo, como en este caso. Por eso la segunda parte del mandamiento es que nos amemos como Él nos ha amado, como nos sigue amando. Por último, Jesús enseña que gracias a este amor de unos por otros y hacia todos semejante al suyo, nos reconocerán como discípulos, como cristianos, como otros Cristos. Ser cristiano es vivir de este amor del Señor, entender en sus palabras y sus obras cómo nos ha amado y nos ama Dios en Jesús y hacer lo mismo con los demás, comenzando por los hermanos en la fe, en Cristo, pero sin negarlo a todos los demás. Es más: este amor es también la Misión pues lleva a revelar este corazón de la revelación de Jesús que se quiere contagiar a todos. Jesús vino a salvar, a redimir, a amar, esto es lo primero pero esto tiene que hacerse vida en nosotros. De nada sirve que nos amen si no nos damos cuenta o, peor, no aceptamos las consecuencias de este ser amados. Que nos amen implica una comunión personal con quien nos ama e implica, poco a poco, una necesidad de reciprocidad. En este caso esta reciprocidad es complicada, pues amar a Dios como Él nos ama en Cristo es imposible a priori pero Jesús no nos está pidiendo nada que sea imposible, como nos revelan tantos textos de la Escritura, empezando por este, y de tantos Santos, por ejemplo, nuestra querida hermana Sta. Teresa de Lisieux (por no mencionar ahora a Teresa de Jesús y Juan de la Cruz que describen cómo culmina nuestra vida cristiana siendo capaces de amar a Dios como Él mismo nos ama, gracias su mismo Espíritu Santo). Pero por mencionar solo a «Teresita», Jesús no pone en nuestro corazón deseos imposibles sino que realmente nos ha hecho capaces de amarle a Él y a nuestros hermanos y que llegar a este amor que es la entrega de nuestra vida por entero se va consiguiendo paso a paso, creyendo y amando cada día, comenzando por quienes tenemos más cerca. En fin, que revisemos nuestro corazón y nuestra vida: que amemos a Dios y a los demás, no a pura fuerza de brazos (lo que es siempre mentira) sino como respuesta a haber sido salvados y ser actualmente amados, y que sea realidad, aunque en progreso, no solo una idea o ideología que no implica para nada nuestro día a día.
Primera lectura: Hch 14, 21b-27
EN aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.
En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y después de predicar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir.
Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.
Segunda lectura: Ap 21, 1-5a
YO, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe.
Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.
Y oí una gran voz desde el trono que decía:
«He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios».
Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.
Y dijo el que está sentado en el trono:
«Mira, hago nuevas todas las cosas».
Evangelio: Jn 13, 31-33a. 34-35
CUANDO salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».


