¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?

24 Dic 2021 | Evangelio Dominical

Ayer fue Navidad, la celebración anual de la realidad de que nuestro Dios está con nosotros, que se hizo carne, entrañas de todos, dentro y gracias también al sí de María Virgen, y hoy lo sigue siendo, desde hace más de dos mil años. Pero además es que lo vamos a celebrar en nuestra liturgia durante una semana entera. Y hoy, además, es domingo, el domingo dentro de esta octava, semana de fiesta navideña y por eso también celebramos a la Sagrada Familia, que es el verdadero entorno humano de la encarnación del Hijo de Dios. Si se pudo encarnar es, también, porque lo hizo en el interior de una familia, “certificando”, pues, su humanidad del principio al final. La primera lectura nos recordaba la realidad “tradicional” de la familia, en el sentido más puro y útil de Tradición y que quiere resumir y transmitir todo lo bueno que hicieron y dejaron nuestros mayores para nosotros. Nacemos, en realidad, libres de la “autodeterminación, nos introducimos en una corriente de humanidad ya existente, podemos contar ya con todos los logros –y el aprendizaje sobre todos los fracasos– de quienes nos precedieron. Nos recordaba que este recibir también implica la responsabilidad de cuidar y hacernos cargo de quien tanto nos ha proporcionado, que esa es la cadena de la vida. Gracias a María y a la previsión de la Gracia divina, Jesús tuvo todo lo bueno de los antiguos pero no la negatividad (pecado original) que impedía crecer y apartaba de Dios, pero tampoco partió de cero: fue un judío amante de sus tradiciones que nunca desautorizó la Antigua Alianza sino todo lo contrario: supo llevarla a plenitud y salvarla para siempre.

Hoy es, pues, un día para el agradecimiento y para mirar al futuro pero desde lo que hemos recibido y no podemos perder. Recordamos y celebramos hoy que nuestra Tradición incluye al Hijo Eterno de Dios hecho hombre por nosotros, que asumió todo lo nuestro para salvarlo, redimirlo y darle plenitud. El Evangelio nos recordaba también cómo funciona este asumir y transformar lo recibido: en un momento determinado, el niño Jesús “abandona” a sus padres para poder seguir su propia llamada y misión, para poder “empuñar” su existencia. Es natural la reacción de sus padres pero también era necesaria, dentro de su misión, que “debía estar en la casa de Padre”, precisamente para hacer suya esa Tradición (que no nos viene en los genes y que hay que hacer nuestra con esfuerzo), ahí en la síntesis vital de la Alianza que era el Templo, presencia de Dios y presencia de los creyentes, para poder superarlo, quedándose con lo mejor de ello y convertirse él mismo en el templo, la Presencia viva y personal de Dios entre nosotros.

Primera lectura

Segunda lectura

Evangelio