Ayer fue Navidad, la celebración anual de la realidad de que nuestro Dios está con nosotros, que se hizo carne, entrañas de todos, dentro y gracias también al sí de María Virgen, y hoy lo sigue siendo, desde hace más de dos mil años. Pero además es que lo vamos a celebrar en nuestra liturgia durante una semana entera. Y hoy, además, es domingo, el domingo dentro de esta octava, semana de fiesta navideña y por eso también celebramos a la Sagrada Familia, que es el verdadero entorno humano de la encarnación del Hijo de Dios. Si se pudo encarnar es, también, porque lo hizo en el interior de una familia, “certificando”, pues, su humanidad del principio al final. La primera lectura nos recordaba la realidad “tradicional” de la familia, en el sentido más puro y útil de Tradición y que quiere resumir y transmitir todo lo bueno que hicieron y dejaron nuestros mayores para nosotros. Nacemos, en realidad, libres de la “autodeterminación, nos introducimos en una corriente de humanidad ya existente, podemos contar ya con todos los logros –y el aprendizaje sobre todos los fracasos– de quienes nos precedieron. Nos recordaba que este recibir también implica la responsabilidad de cuidar y hacernos cargo de quien tanto nos ha proporcionado, que esa es la cadena de la vida. Gracias a María y a la previsión de la Gracia divina, Jesús tuvo todo lo bueno de los antiguos pero no la negatividad (pecado original) que impedía crecer y apartaba de Dios, pero tampoco partió de cero: fue un judío amante de sus tradiciones que nunca desautorizó la Antigua Alianza sino todo lo contrario: supo llevarla a plenitud y salvarla para siempre.
Hoy es, pues, un día para el agradecimiento y para mirar al futuro pero desde lo que hemos recibido y no podemos perder. Recordamos y celebramos hoy que nuestra Tradición incluye al Hijo Eterno de Dios hecho hombre por nosotros, que asumió todo lo nuestro para salvarlo, redimirlo y darle plenitud. El Evangelio nos recordaba también cómo funciona este asumir y transformar lo recibido: en un momento determinado, el niño Jesús “abandona” a sus padres para poder seguir su propia llamada y misión, para poder “empuñar” su existencia. Es natural la reacción de sus padres pero también era necesaria, dentro de su misión, que “debía estar en la casa de Padre”, precisamente para hacer suya esa Tradición (que no nos viene en los genes y que hay que hacer nuestra con esfuerzo), ahí en la síntesis vital de la Alianza que era el Templo, presencia de Dios y presencia de los creyentes, para poder superarlo, quedándose con lo mejor de ello y convertirse él mismo en el templo, la Presencia viva y personal de Dios entre nosotros.
Primera lectura
Lectura del Libro del Eclesiástico 3, 3-7. 14-17a
Dios hace al padre más respetable que a los hijos
y afirma la autoridad de la madre sobre la prole.
El que honra a su padre expía sus pecados,
el que respeta a su madre acumula tesoros;
el que honra a su padre se alegrará de sus hijos
y cuando rece, será escuchado;
el que respeta a su padre tendrá larga vida,
al que honra a su madre el Señor le escucha.
Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre,
no lo abandones, mientras vivas;
aunque flaquée su mente, ten indulgencia,
no lo abochornes, mientras vivas.
La limosna del padre no se olvidará,
será tenida en cuenta para pagar tus pecados;
el día del peligro se acordará de ti
y deshará tus pecados como el calor la escarcha.
Segunda lectura
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3, 12-21
Hermanos:
Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.
Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo.
Y celebrad la Acción de Gracias: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.
Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor.
Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor.
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
Evangelio
+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas 2, 41-52
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían, quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
–Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
El les contestó:
–¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.
El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.