A partir de este V domingo de la Pascua, leemos y celebramos fragmentos de los discursos de despedida del Evangelio de san Juan, que recuerdan y recrean la experiencia pascual cotidiana de cada creyente: después de la Cena (de comulgar) es el mejor momento para dialogar personalmente con Jesús vivo, resucitado, que vuelve al Cenáculo para explicarse con sus discípulos, para responder todas sus preguntas y adelantar también el camino que les espera, que tenemos todos por delante. Estas reflexiones y diálogos parten siempre del hecho de lo obtenido por la entrega de Cristo y que sigue vigente en su iglesia: su muerte y resurrección ha inaugurado el camino que lleva a la vida a través de la verdad (o como lo queramos expresar, caben muchísimas formulaciones y todas con sentido). Por eso, la primera invitación es a creer, a sostener la fe, en Dios y en Jesús mismo, porque es en esa relación viva que abarca todo el ser (mente, voluntad, expectativas). Lo que vivimos desde ahora, desde que todo esto sucedió en la historia humana, nos conduce a donde queríamos ir, a dónde siempre estuvimos destinados a llegar: la casa, el corazón, la vida misma de nuestro Padre, donde Él es junto con el Hijo y el Espíritu, a la misma vida de la Trinidad a la que hemos sido introducidos por la muerte del Hijo de Dios en nuestra carne. Jesús mismo se empeña en que recorramos este camino –que es Él mismo– en el que nos acompaña personalmente y volverá para llevarnos exactamente a donde está Él. Este es el camino que ya conocemos porque lo enseña la misma vida de Jesús, lo proclama el Evangelio. Es a través de la comunión profunda con Jesús, viviendo como «amigos fuertes» suyos (Teresa de Jesús). Jesús no solo lo dice, también lo explica lo fundamenta a base de recordar una de las ideas fuerza del Evangelio de Juan: «quien me ha visto a mi ha visto al Padre», «yo y el Padre somos uno», lo que Jesús ha hecho ha sido enteramente por indicación, encargo, misión directa del Padre, para darse a conocer, para entrar en nuestras vidas y redimirlas, salvarnos y llevarnos con Él como siempre fue su propósito, su intención, temporalmente frustrada por la negativa del hombre. Las palabras dichas por Jesús son la Palabra de Dios y también lo son sus obras, que manifiestan claramente a quien pueda y quiera verlo esta comunión única entre el Padre y Jesús, a la que hemos sido invitados e introducidos. Estas obras son la primera muestra de una verdadera vida de fe: quien cree también hará estas obras (sirviendo, amando, entregándose, dando esperanza) y aun serán mayores, porque Jesús marcha al Padre y nosotros, desde entonces, también ahora, somos su presencia histórica que da testimonio con la vida de la vigencia y necesidad del Evangelio. Ahí tiene que llevarnos este diálogo especial con Jesús tras la Eucaristía, a encontrar impulso, fuerza, ganas para vivir como verdaderos amigos de Cristo.
Primera lectura: Hechos de los apóstoles 6, 1-7
En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
–«No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.»
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.
La palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.
Segunda lectura: 1Pedro 2, 4-9
Queridos hermanos:
Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, opero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras y vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando aun sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.
Dice la Escritura:
–«Yo coloco en Sión una piedra angular,
escogida y preciosa;
el que crea en ella no quedará defraudado.»
Para vosotros, los creyentes, es de gran precio, pero para los incrédulos es la «piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular», en piedra de tropezar y en roca de estrellarse. Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino.
Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.
Evangelio: Juan 14, 1-12
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–«Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le dice:
–«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde:
–«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.»
Felipe le dice:
–«Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»
Jesús le replica:
–«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Creedrne: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.»