Jesús es el Pan de la vida, el don de Dios que ha bajado del cielo, enviado por Él para revelarlo y hacerlo realmente presente entre nosotros. En su explicación del Signo obrado para que vieran y creyeran en Él, revela que Él, Pan de vida, va mucho más allá de enseñar e iluminar con la misma Palabra de Dios. Esta es imprescindible para conocer quien es este Hombre, para encontrarse de verdad con su realidad divina. Pero una vez acogido y creído Cristo en la Palabra, viene la segunda parte, la Misa sacrificial: este Pan no solo se come en la Palabra, también se come como carne entregada por la vida del mundo. La frase es el equivalente de las palabras de la Consagración que nos revelan los otros Evangelios: «esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros». El cuerpo de Cristo es su carne que también ha bajado del cielo para esto, para entregarse hasta la última gota de su sangre. Y Jesús lo dice claro: junto a creer mi Palabra a través de la fe, es preciso comer la carne de Jesús. Y los que escuchan entienden perfectamente que lo que está diciendo es que tienen que comer su carne. Y se escandalizan y preguntan cómo puede ser esa barbaridad. Jesús no responde con medias palabras sino con la verdad tal y como es: si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tenéis la vida que he venido a traer. Como antes, con el Pan de la Palabra, deja claro que comer su carne equivale a unirse a Él y por tanto a tener aquí la vida y a esperar la resurrección en el último día, es decir, que al fin de todo, Cristo hará revivir la carne de aquél que ha comido la suya. Y sigue insistiéndoles que su cuerpo y sangre son verdadera comida y bebida y que «comerle» significa la comunión plena de vida con Él. Así es como Jesús se sirve de su Humanidad para compartir con nosotros la Vida que comparte con el Padre, para que también nosotros vivamos así, para siempre. Los que escuchan no entendían como pueda ser esto posible, y esto es lo que no dice Jesús ahora, pero sí el Evangelio más tarde. Todo se hará realidad a través de su entrega, de su muerte y de su resurrección. Y para los neófitos y los creyentes esto sucede en la Misa, en la celebración de la Eucaristía. Tras la Palabra, como en la vida de Jesús, sucede efectivamente el memorial, el revivir sacramentalmente la entrega de Jesús, su resurrección, su ascensión al cielo; todo lo cual le hizo capaz de hacer realidad lo anunciado aquí: que la vida misma de Dios descendiera, descienda, hacia cada uno de nosotros. Es, pues, esencial, recuperar, desde dentro y cada uno, este auténtico valor de la Eucaristía, entendiendo cómo es el corazón de la fe y la vivencia cristiana. Es encuentro con Cristo Palabra, con su luz, con el sentido que siempre aporta y es, sobre todo, encuentro con Cristo Eucaristía, uniéndonos a su Oración al Padre que fue entrega histórica y ahora es el memorial vivo de esta entrega revivido en el Sacramento. Y, sobre esta base, con este empuje, desde este don, es también encuentro entre nosotros. Al comer la carne del Hijo del Hombre, nos hacemos verdaderos hombres, hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
Primera lectura: Proverbios 9, 1-6
La Sabiduría se ha construido su casa
plantando siete columnas,
ha preparado el banquete,
mezclado el vino y puesto la mesa;
ha despachado a sus criados
para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad:
«Los inexpertos que vengan aquí,
quiero hablar a los faltos de juicio:
«Venid a comer de mi pan
y a beber el vino que he mezclado;
dejad la inexperiencia y viviréis,
seguid el camino de la prudencia.»»
Segunda lectura: Efesios 5,15-20
Hermanos:
Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos.
Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere.
No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu.
Recitad, alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor.
Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Evangelio: Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
– «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí:
– «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo:
– «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mi.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
de este pan vivirá para siempre.»