Un encuentro más para Jesús mientras sube hacia Jerusalén a culminar su misión. Esta vez se trata de un necesitado, alguien privado de la luz del día, de un ciego. En este Evangelio de Marcos, Jesús ya ha realizado muchos signos, muchos gestos extraordinarios que señalan la llegada del reino de Dios, a quien lo sepa y quiera ver. Esta vez, además, el signo es mucho más signo que nunca, ya que Jesús trata de enseñarnos todo lo que necesitamos saber para comprender su camino, para entender su misión y así poder compartirla. El ciego se halla sentado y esperando al borde del mismo camino que conduce a Jerusalén y que el Evangelio también convierte en signo de la decisión de Jesús que marcha por él valientemente, con plena consciencia de lo que sucederá. Cuando Bartimeo, el ciego, se entera de quién es el que pasa, Jesús el Nazareno, se pone a gritar: ‘Hijo de David, ten compasión de mi’. Se dirige a Jesús en base a su fama, bien fundada, de sanador. Quien pasa es el ‘hijo de David’, el aspirante a rey dotado del don y misión de proteger a su pueblo y sanarlo de los males y enfermedades. Como sabe que ha sanado a otros, le grita confiando en que lo curará también con él. Los que le rodean no le ayudan, al contrario, le gritan a él para que se calle, para que deje en paz al Maestro. Pero Bartimeo no puede, es más fuerte que él, sabe que esta es su ocasión y no se la van a quitar. Por eso sigue gritando hasta que se hace oír de Jesús y ordena que le llamen. Cuando a Bartimeo le transmiten esta llamada, hace lo impensable, salta, tirando el manto, su única posesión que le defendía del mal tiempo y otros inconvenientes. Para acercarse a Jesús, literalmente, Bartimeo lo deja todo. También, cuando Jesús, le pregunta, le pide lo único que necesita de verdad: ‘Maestro, que pueda ver’. Y ahí sucede todo: Jesús le dice que su fe le ha curado y ciego empieza a ver y, en vez de irse a sus cosas, a esa nueva vida con la luz recuperada, marcha por el camino detrás de Jesús –»lo seguía por el camino»–. Realmente, el Evangelio nos enseña aquí lo que más necesitamos en este momento. Para los discípulos de entonces, que siguen a Jesús con más o menos conocimiento y confianza, se les recuerda cómo es esencial reconocer quién es realmente Jesús el Nazareno. El gesto del ciego, que lo deja y da todo, para hacerse escuchar por Él y que lo cure es lo que necesitamos hacer cada uno para comprender qué nos jugamos creyendo en Jesús. El texto habla también de deseo de reparar nuestras fracturas interiores, colmar nuestras verdaderas necesidades, en especial, la de la luz. Son las claves para poder «ver» a Jesús como quién realmente es: el Salvador y el Redentor que es mucho más que un hombre. Él ha venido a esto, a devolvernos la vista (‘que tu luz, Señor, nos haga ver la luz’, como dice la antífona de la liturgia) para que podamos ver más allá de la carne, que es el signo, que la amistad con Él y seguirle por este camino de lucha y de verdad, es lo mejor que podemos hacer con nuestra vida para llegar al Fin que Dios mismo ha inscrito dentro de cada uno. El resto es oscuridad y desperdicio de la vida porque tener fines pequeños significan vidas inútiles. «Fuera de Dios todo es estrecho», como decía Juan de la Cruz, todo es oscuridad.
Primera lectura: Jeremías 31, 7-9
Así dice el Señor:
«Gritad de alegría por Jacob,
regocijaos por el mejor de los pueblos;
proclamad, alabad y decid:
El Señor ha salvado a su pueblo,
al resto de Israel.
Mirad que yo os traeré del país del norte,
os congregaré de los confines de la tierra.
Entre ellos hay ciegos y cojos,
preñadas y paridas:
una gran multitud retorna.
Se marcharon llorando,
los guiaré entre consuelos;
los llevaré a torrentes de agua,
por un camino llano en que no tropezarán.
Seré un padre para Israel,
Efraín será mi primogénito.»
Segunda lectura: Hebreos 5, 1-6
Hermanos:
Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.
El puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades.
A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo.
Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, –sino aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», o, como dice otro pasaje de la Escritura: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.»
Evangelio: Marcos 10, 46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
– «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
– «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo:
– «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole:
– «Animo, levántate, que te llama.»
Soltó el manto, dio un salto y se acercó Jesús le dijo:
– «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó:
– «Maestro, que pueda ver.»
a Jesús.
Jesús le dijo:
– «Anda, tu fe te ha curado.»
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.