«Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea»

24 Jun 2023 | Evangelio Dominical

El fragmento evangélico de hoy está tomado de uno de los grandes discursos con los que Mateo resume y centra la enseñanza de Jesús. Se dirige a la comunidad, iglesia convocada y visible donde se acoge y se quiere vivir la verdad de Dios. Esta verdad es luz por lo que no puede mantenerse oculta. No hay «arcanos» entre los cristianos y cierto secreto solo es admisible frente a los no bautizados y en raros periodos de amenaza y persecución. Jesús lo reveló «todo» a sus discípulos y lo mismo hicieron estos con quienes les escuchaban: no se guardaron nada para no cargar con esa culpa, como dice varias veces san Pablo (cfr. Hch 20,27). Y, al revés, nada humano por interno que sea se oculta a la mirada de Dios. Y si Él ha optado por revelarse, por manifestar todos los misterios escondidos durante siglos, cuánto más aparecerán los pequeños misterios humanos, todo lo que creemos tener escondido; la verdad es una y la misma para todos, así se funda nuestra confianza de alcanzar la verdadera fraternidad que no se consigue escondiendo y fingiendo lo que no somos, sino reconociéndolo y pidiendo perdón, si hace falta. Como discípulos de la verdad, hemos de gritar esta desde donde sea, aunque de la manera más apropiada y útil. Porque si los hombres usan el secreto y el miedo para atemorizar, no hay que temer a los ataques que buscan solo el cuerpo, la carne, y todo lo que la rodea, sino aquellos que buscan lo interior, la voluntad, la confianza, el alma misma. Los enemigos más temibles son los que tienen una «religión» falsa que es la que excluye a Dios o afirma que no puede actuar en la realidad e intenta directamente sustituir o falsear su presencia para, precisamente, anular nuestra conexión directa con Él, que podamos orar, sentirnos acompañados y hacer experiencia de la gracia. La comunidad o familia cristiana se funda en la nueva alianza que establece que el Padre en Cristo nos acoge, sustenta y sostiene. Él nos cuida y estamos en sus manos, todos y cada uno, en persona. El Señor conoce no solo nuestros nombres sino hasta el último detalle de nuestra persona, alma y cuerpo («hasta los cabellos de la cabeza»). Y como es cierto que Dios se ocupa y obra en todas sus criaturas, y como somos sus preferidos, los que podemos dialogar, comulgar y hasta discutir con Él, no hemos de temer, en el fondo, más que a perder, por nuestra culpa e ignorancia, esta relación. Pero se trata –y es algo extraordinariamente generoso– de una relación de reciprocidad: Él nos es fiel, jamás nos dejará ni negará; lo justo es ponernos de parte de su amadísimo Hijo, enviado a nosotros para conocer hasta qué punto está Él de nuestra parte.

Primera lectura: Jeremías 20, 10-13

Segunda lectura: Romanos 5, 12-15

Evangelio: Mateo 10, 26-33