Volvemos hoy al tiempo «ordinario», retomamos el Evangelio que nos acompaña este año que es el de Mateo, el primero en el orden del canon, en el uso de la iglesia. En el fragmento de hoy se nos recuerda cómo Jesús comienza a consolidar su misión, como dándose cuenta de que lo que tiene entre manos no se va a hacer en su tiempo y será precisa una comunidad, una iglesia que viva y transmita lo que él inaugura y fundamenta para siempre. Esta es la dinámica de la alianza, el modo de intervenir de Dios en la historia (primera lectura): el Señor mismo revela a Moisés, en el Sinaí, las condiciones de lo que tiene que ser la alianza. Esta se hace, se pacta sobre lo obrado por el Señor en favor de aquellas personas, prefiriéndolos y trayéndolos a este punto. Esto ha sido la preparación, el prólogo histórico para establecer la verdadera relación, la que tiene que durar y que se funda en la escucha y guarda de los mandamientos que constituyen la alianza. Esta comunión progresiva de vida convierte a estas personas en el pueblo de Dios, pueblo elegido personalmente por Él, nación de sacerdotes, nación santa. No se puede decir más con menos palabras: se revela la meta de la revelación e intervención de Dios que no es otra que el llegar a compartir la misma vida y ser de Dios (santidad) que significa también la comunión o fraternidad verdadera entre los hombres. En el Evangelio, Jesús trata de lo mismo. El objetivo divino se mantiene y Él no ha venido a destruir ni abolir sino a dar cumplimiento (Mt 5,17), a hacer realidad en la vida concreta y de todos los planes de Dios. Él dedica toda su vida y esfuerzos a ello, a enseñar la verdad y a mostrar cómo es posible, pues Dios mismo le respalda tanto a Él como a quienes le escuchen y le creen y obran como obraba Jesús. Perpetuar este cumplimiento, que tiene que atravesar la historia, es la razón de la elección de los doce apóstoles, núcleo de las nuevas doce tribus del nuevo pueblo de Dios que puede acoger a todos los hombres. Jesús no solo quiso su iglesia, sino que dedicó su vida y sus esfuerzos a constituirla, fundarla sobre su propia vida y entrega y la llamada de estos hombres con la misión de acoger a todos e irles entregando la enseñanza y la entera obra de Cristo. Hoy como entonces, si levantamos la vista de nuestros asuntos y problemas, veremos también muchísimas ovejas sin pastor, por doquier, personas confundidas o directamente engañadas por ideologías y falsas religiones, cada vez más inhumanas. Por eso el primer mandato de Jesús sigue siendo válido y vigente: proclamar la presencia del reino y para ello, curar, resucitar, desenmascarar y expulsar todos esos demonios. Y todo eso debe hacerse gratis, pues gratis lo hemos recibido. Lo más valioso es siempre lo que se ha recibido sin mérito aunque luego sea precisa la entrega de toda la vida para hacerlo fructificar, para que sea salvación y sentido para los demás.
Primera lectura: Éxodo 19, 2-6a
En aquellos días, los israelitas llegaron al desierto del Sinaí y acamparon allí, frente al monte.
Moisés subió hacia Dios. El Señor lo llamó desde el monte, diciendo:
–«Así dirás a la casa de Jacob, y esto anunciarás a los israelitas: «Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.»»
Segunda lectura: Romanos 5, 6-11
Hermanos:
Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos del castigo!
Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!
Y no sólo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.
Evangelio: Mateo 9, 36-10, 8
En aquel tiempo, al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos:
–«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.».
Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.
Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
–«No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.
Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.»