«La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían»

14 Oct 2023 | Evangelio Dominical

Otra parábola donde Jesús nos hace ver su misión, su obra en conjunto, aunque cada vez desde un punto de vista distinto. La salvación y redención que ha venido a cumplir, a hacer realidad en la vida de cada hombre la compara con un gran banquete que celebra la boda del hijo del rey. Una fiesta con una lista de invitados concreta: el pueblo elegido de Israel. Estos han recibido la invitación personal del rey pero la han rechazado porque tenían otras ocupaciones mejores, a su juicio. Como consecuencia el rey, ya bastante harto de estas gentes, acaba con ellas y decide invitar a la fiesta a todos los que encuentren por los caminos y los cruces, «malos y buenos», como insiste el texto. No obstante también se hace notar y muy gráficamente, que no basta el aceptar la invitación, que es claro que es para todos, sino hacerse digno de ella. En la parábola el rey señala que se ha de acudir, al menos, con «vestido de fiesta», esto es, vestidos para la ocasión, habiendo reconocido que se acude a una fiesta y lo que esto implica, y no solo a llenar la tripa gratis o a disfrutar de unos momentos de alegría y distensión. Claramente, la parábola se refiere al significado de la presencia y actuación de Jesús: es la celebración práctica, el cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo en la venida personal del Hijo del rey, del Hijo de Dios venido para «desposar» a los fieles, para convertir la vivencia de la alianza en una fiesta que regala la plena comunión con Dios y con los demás. Pero el pueblo elegido durante tantos años, ha dicho que no. Ha rechazado la fiesta y al enviado y la reacción del rey, de Dios, será invitar a todos los que nunca habrían estado invitados. Se trata de que la historia de la salvación se reinicia, se reorganiza ante el rechazado de su gesto final (preparado por tantos otros rechazos si somos realistas) y se abre a todos, a los no judíos, a cualquiera que desee venir atraído por la invitación. Pero no basta con esto: el rey en persona se interesa por los invitados concretos que han acudido y expulsa a aquellos que no han reconocido el don que reciben, que no saben o no se dan por enterados que han sido invitados a la boda más importante de sus vidas. Se trata aquí también de derechos y deberes, de que los regalos más importantes no generan derechos sino, al contrario, responsabilidades. Que haber recibido mucho implica también, primero, reconocerlo y, segundo, ser capaces también de dar mucho. Como decían los padres de la Iglesia: sentarse a la mesa de Jesús implica recibir y ser capaces de hacer luego lo mismo hacia los demás. El rey dice que se necesita un «vestido de fiesta», es decir, el reconocimiento del don recibido, que he sido invitado sin merecerlo y que mi vida lo debe mostrar que aprecio y reconozco ese don como paso necesario e imprescindible para todo lo demás. De hecho podríamos decir que el no reconocer lo que recibimos, no recordar la raíz donde se funda nuestra vida de creyentes, que «tenemos derecho» a participar de esta fiesta sin más y sin reconocimiento (y sin conversión si se da el caso), es lo que más lastra hoy día nuestra vida como creyentes, nos lleva al autoengaño y a perder la fuerza y la motivación en nuestra acción hacia los demás, porque sin recibir no podemos dar o, mejor dicho, creyendo que el recibir es un «derecho» y por tanto no puede faltar hagamos lo que hagamos y seamos como seamos, nos separamos de la fuente donde lo recibimos todo y que es esta «fiesta» donde revivimos y celebramos el inmenso amor y perdón de Dios que nos admite en su casa y familia y además la hacemos irrelevante. Para que se pueda hacer verdad, hay reconocerlo y apreciarlo como el don y regalo más grande de nuestra vida.

Primera lectura: Isaías 25, 6-10a

Segunda lectura: Filipenses  4, 12-14. 19-20

Evangelio: Mateo 22, 1-14