Retomamos el Evangelio de Lucas donde lo dejamos –más o menos– antes de la Cuaresma y la Pascua. El texto de hoy nos sitúa como a la mitad del relato, cuando Jesús toma la decisión de subir a Jerusalén para afrontar lo que venga. El Evangelio habla de su «éxodo», partida, salida, cumplimiento de la misión que ha estado llevando a cabo. No se trata de una subida a escondidas, sino con «todos los honores», enviando hasta mensajeros por delante. En el trascurso de este camino, podremos contemplar, como hoy mismo, interesantes encuentros de Jesús que van mostrando quién es realmente y también lo que va a suceder y su significado profundo. El primer encuentro es, en realidad, un rechazo: en una aldea de samaritanos no le quieren recibir y sus discípulos, mostrando una fe no mostrada hasta entonces en la misión emprendida, le piden permiso para invocar el fuego del cielo que ha de castigar esta insolencia. Ha sonado la trompeta del fin de los tiempos y todos han de tomar partido, y quien no lo haga o se niegue a recibir al Mesías, implica el mismo castigo del cielo. Jesús «les regañó» y decidió seguir adelante, sin duda no era este el fuego celeste que Él deseaba que descendiese sobre esta aldea y sobre todos. Radicalmente también Jesús pone sobre el tablero de este movimiento que, aun llegado el fin de los tiempos, Dios respeta la libertad de acogerlo de cada uno. El Señor no está dispuesto a imponer el bien y lo mejor, que él hace presente, y esa es una gran tentación humana, la de imponer la «verdad», incluso a sangre y fuego, por el «bien» de los demás, que lo rechazan.
El Dios verdadero, por ser tal, siempre ha respetado la libertad del hombre y esto Jesús lo tenía muy claro, su verdad tiene que ser acogida y creida en el encuentro con quien la encarna o quien la proclama. Lo que se impone o «se amenaza» nada tiene que ver con el Dios que viene a nosotros como amor, en una relación verdaderamente libre. Después el relato se entretiene en algunos encuentros con llamados o no. Así, el primero, es un «voluntario», alguien que se ofrece a Jesús pero él le revela o manifiesta la realidad de su misión: no es un maestro más de Israel, que enseñe y cuide de discípulos que estudian la ley. No tiene casa ni reposo, está ya inmerso en su último camino y solo cabe ya seguir estos mismos pasos. Es lo que hace Jesús directamente con los otros dos: llamarlos directamente a ir tras él, como a los que ya le acompañan. Ambos le presentan excusas o dilaciones pero en el momento actual, en el punto en que Jesús se encuentra, no hay tiempo para mirar atrás, para despedirse, poco a poco, de la antigua vida. Ni enterrar o cuidar al padre o siquiera despedirse de la familia, deberes sagrados en Israel como nos recordaba la primera lectura, tienen ya sentido. Lo único que vale ahora, que responde a la urgencia de la intervención divina en Jesús, que significa la llegada de lo último, de lo «escatológico» (han comenzado ya los últimos tiempos), es anunciar el reino, hacer ver que Dios está aquí, cambiando los corazones y la realidad con ellos. Para nosotros persiste la urgencia de proclamar con palabras, gestos y obras, no ya el «reino» sino al mismo Cristo, presencia personal de Dios, salvación y esperanza ya, para todos. Cualquier retraso, cualquier dejación de nuestra responsabilidad en otras manos, solo traerá más dolor, soledad y muerte.
Primera Lectura
Lectura del libro primero de los Reyes 19, 16b. 19-21
En aquellos días, el Señor dijo a Elías:
–Unge como profeta sucesor a Eliseo, hijo de Safat, natural de Abel–Mejolá.
Elías se marchó y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando, con doce yuntas en fila y él llevaba la última. Elías pasó a su lado y le echó encima su manto.
Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió:
–Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo.
Elías contestó:
–Ve y vuelve, ¿quién te lo impide?
Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego con los aperos, asó’ la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a sus órdenes.
Segunda Lectura
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 4, 31b-5, 1. 13-18
Hermanos:
Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado.
Por tanto, manteneos firmes,
y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud.
Hermanos, vuestra vocación es la libertad:
no una libertad para que se aproveche el egoísmo;
al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.
Porque toda la ley se concentra en esta frase:
«amarás al prójimo como a ti mismo».
Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros,
terminaréis por destruiros mutuamente.
Yo os lo digo: andad según el Espíritu
y realicéis los deseos de la carne;
pues la carne desea contra el espíritu
y el espíritu contra la carne.
Hay entre ellos un antagonismo tal,
que no hacéis lo que quisierais.
Pero si os guía el Espíritu,
no estáis bajo el dominio de la ley.
Evangelio
+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas 9, 51-62
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: –Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?
El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno:
–Te seguiré adonde vayas.
Jesús le respondió:
–Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
A otro le dijo:
–Sígueme.
El respondió:
–Déjame primero ir a enterrar a mi padre.
Le contestó:
–Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo:
–Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.
Jesús le contestó:
–El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios.