Jesús sabía que la Misión emprendida iba para largo. Que tendría que mantenerse viva hasta el último día, hasta el fin de los tiempos y que tendría altibajos, no era como el supuesto “crecimiento” de las teorías humanas, en continuo progreso, especialmente desde que se “superó“ la mentalidad religiosa. Para El, como para el profeta Amós (primera lectura) esta misión no era un trabajo oficial o remunerado por el santuario, el rey o el gobierno, y por tanto, con la obligación de cantar alabanzas a quienes te daban de comer. Se trataba de una vocación, una llamada personal de Dios para manifestar, ante todos, la verdad de que la vida se apoya en la relación con Dios, el Creador, que ha hecho alianza con los hombres para restaurar, poco a poco, la comunión con El y entre los mismos hombres. Por eso el profeta denuncia la injusticia, la falta de compasión, el egoísmo y la codicia que van corrompiendo el corazón del hombre. Jesús también denuncia pero su máximo interés está en construir, en curar, en perdonar, en descubrir y poner fin al poder del Malo sobre la creación de Dios. Con esta intención de que digan y hagan lo El dice y hace, llamó a los Doce, los discípulos constituidos en apóstoles, y los envió de dos en dos. Para que pudieran hacer lo que El hacía, les dio autoridad, dependiente de la suya, sobre los espíritus inmundos, a fin de que pudieran expulsarlos. También les dio instrucciones para que su misma apariencia y actuación no se confundiera con la de predicadores itinerantes, curanderos de medio pelo o vendedores de soflamas y engaños. Hasta con su equipaje debían manifestar que confiaban en Dios, el que había iniciado esta misión y que, por tanto, la sostenía. Tampoco debían equiparse como un ejército que marcha por territorio hostil y tiene que cargar con su impedimenta, como hacían las legiones, sino como enviados a sus propios hermanos de quienes podían esperar acogida en respuesta a la compasión que mostrasen hacia ellos. Junto a esto, no podían buscar su bienestar personal o su comodidad, cambiando de casa en busca de la más confortable y acogedora. El cuidado de sus personas se supedita, también, a la misión. Y, por supuesto, la oferta puede ser, como la misma Palabra de Dios, como el mismo Jesús, aceptada o rechazada. Cuando la respuesta sea el rechazo, los enviados debe dejar constancia sacudiendo hasta el polvo que se les haya pegado “para probar su culpa“, esto es, como testimonio de que han rechazado a quienes les traían la verdad, la salud, el perdón, la liberación. Y los Doce lo pusieron por obra: salieron a predicar la conversión, como Jesús, esto es, la verdad de que es imprescindible volver el propio camino hacia Dios, retornar a su amor para revivir la comunión perdida. Y como prueba y signo de lo que llevaban, expulsaron muchos demonios de falsedad, mal y enfermedad, ungieron a muchos y los curaron, haciendo ver cómo la gracia y el perdón de Dios se hacen presentes como anuncio de la salvación que es la obra y el regalo de Jesús a todos los hombres pero que precisa ser anunciado y distribuido.
Primera lectura: Amós 7, 12-15
En aquellos días, dijo Amasías, sacerdote de Casa–de–Dios, a Amós:
– «Vidente, vete y refúgiate en tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí. No vuelvas a profetizar en Casa–de–Dios, porque es el santuario real, el templo del país.»
Respondió Amós:
– «No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos.
El Señor me sacó de junto al rebaño y mE dijo: «Ve y profetiza a mi pueblo de Israe1.»»
Segunda lectura: Efesios 1, 3-10
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.
Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.
Evangelio: Marcos 6, 7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
– «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.