El Evangelio de Lucas ha recogido en abundancia la enseñanza de Jesús sobre la oración. Jesús comenzó y sostuvo su misión con la oración, a pesar de la «prisa» que tenía (y había) para que cumpliese su misión de salvar y redimir. Ciertamente no paró de hacer cosas (sanar, expulsar demonios, acoger, dar esperanza, manifestar la buena noticia de Dios) hasta la extenuación pero no dejó de orar. Al contrario, cuanto más hacía, más oraba y viceversa. La oración era para él la realidad humana donde más claramente era el Hijo de Dios, el Hijo del Padre, que ya era desde la eternidad. De ahí que enseñe y nos urja orar. En primer lugar, para que comprobemos, experimentemos esta filiación que ha conseguido para nosotros con su encarnación, muerte y resurrección. Somos hijos de Dios pero ni lo disfrutamos ni lo llegamos a saber en la práctica si no oramos, si no nos ponemos a diario, si no estamos «muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama». Así, la oración nos sostiene, especialmente en las dificultades (primera lectura), cuando está en juego nuestra misma supervivencia y especialmente la continuidad de nuestra fe. Y es una cuestión también comunitaria: que los demás oren y compartir logros y dificultades nos mantiene en la brecha orante (los «cinco que al presente nos amamos en Cristo», como decía Sta. Teresa), nos permite tener en alto los brazos, la atención del corazón puesta en quien siempre está pendiente de nosotros. Pero Jesús nos recuerda que la oracion es, sobre todo, perseverancia pese a todas las apariencias e injusticias de la realidad. Es esencial para contemplar, al final, la llegada del Hijo del hombre pero también para percibirla cada día. Dios obra y actúa justicia en Cristo, nos escucha cada día pero es preciso estar ahí, insistiendo, perseverando, conservando viva la fe. Esta es la relación fundamental en la que Dios está ante nosotros como es, como Jesucristo, y nosotros ante Él, en oración, acogida, confianza.
Primera lectura: Éxodo 17, 8-13
En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín.
Moisés dijo a Josué:
–Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte con el bastón maravilloso en la mano.
Hizo Josué lo que le decía Moisés y atacó a Amalec; Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte.
Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec. Y como le pesaban las manos, sus companeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo para que se sentase,– Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado.
Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol.
Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.
Segunda lectura: 2Timoteo 3, 14–4, 2
Querido hermano:
Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado;
sabiendo de quién lo aprendiste,
y que de niño conoces la Sagrada Escritura:
Ella puede darte la sabiduría
que por la fe en Cristo Jesús
conduce a la salvación.
Toda Escritura inspirada por Dios
es también útil para enseñar,
para reprender, para corregir,
para educar en la virtud:
así el hombre de Dios estará perfectamente equipado
para toda obra buena.
Ante Dios y ante Cristo Jesús,
que ha de juzgar a vivos y muertos,
te conjuro por su venida en majestad:
proclama la Palabra,
insiste a tiempo y a destiempo,
reprende, reprocha, exhorta,
con toda comprensión y pedagogía.
Evangelio: Lucas 18, 1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
–Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario»; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara».
Y el Señor respondió:
–Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?