La celebración de hoy es todavía un eco de las fiestas navideñas, esto es, que revivimos y agradecemos la realidad increíble de la Encarnación y su manifestación a Israel, pueblo elegido entonces y a nosotros, gentiles, pueblo elegido desde entonces. Especialmente, gracias a Juan Bautista, hemos sabido de la llegada del Mesías de Dios, que él anunciaba sin tapujos como el Esposo que viene a hacerse cargo de nuestra vida y realidad. Juan decía que él no era digno, no era el encargado, de quitar la sandalia, esto es, de reclamar su derecho a desposar, salvar, recoger a la esposa y dar continuidad a la historia de amistad entre Dios y el pueblo, esta vez habiendo alcanzado una nueva realidad de presencia y comunión. De ahí que el primer Signo de Jesús (milagro o hecho extraordinario de su vida que «señala», apunta a la verdadera realidad que ha venido a traer y realizar) tiene lugar en una boda. Ya lo había presentado el hermoso texto de Isaías de la primera lectura que describe la nueva salvación que anuncia Dios, directamente, como «desposorio». Las consecuencias de su intervención, dice el profeta, es que el pueblo ya no se sentirá abandonado y sin sentido, no verá su vida como un completo fracaso consistente en trabajar y sufrir hasta morir, sino que alcanzará su meta en la fecundidad y un futuro que le proporciona, precisamente, Dios, su redentor porque también su esposo, Aquél que no teme mezclar su vida misma con la suya con tal de salvarla y elevarla a donde Él quiere que esté. El Evangelista Juan, pues, tomando pide de este primer Signo de Jesús nos descubre la esencia misma de su ministerio. Jesús no está aquí para enseñar el camino de Dios, solamente, para llamar a conversión y a abandonar esos modos injustos de vida que llevan a la muerte. No, Él ha venido para unirnos «matrimonialmente» con la vida misma de Dios a través de su presencia, su palabra, y, por fin, su entrega hasta la muerte y su resurrección. Todo comienza porque la boda se queda sin vino, signo por excelencia de la celebración y motivo fundamental de la alegría. Es un desastre porque solamente el vino separa una comida ordinaria de una fiesta. Si falta lo extraordinario, lo que nos llena el alma de alegría, solo queda lo común, lo que hay que aguantar, por qué sí, día a día. María, madre de Jesús, se da cuenta y también de que solo su Hijo puede hacer algo al respecto, cambiando lo único que hay a mano, esa agua que sirve para las purificaciones (esto es, para el ir tirando de la vida ordinaria y que esta no se hunda en la desesperación) en el vino de la fiesta de vivir. Es ella, al final, la que vence las dificultades: las del mismo Jesús que piensa que aun no es el momento y la de la falta de agua misma, que ni eso tenían a mano, deben ir a buscarla. Pero ella confía en su Hijo y en lo que ha venido a hacer y en que vale la pena «forzar» un poco la mano. Así allana los caminos con su ‘haced lo que Él os diga’, poniendo el marcha el proceso que convierte aquello en una verdadera fiesta. Por si fuera poco, el vino proveniente del agua que limpia y purifica, gracias a las manos de Jesús, es el mejor. Supera en calidad a lo que era normal y anuncia así que algo verdaderamente extraordinario ha sucedido. Lo ordinario, la vieja religión judía se ha transformado, gracias a la presencia de Jesús, en algo muy diferente. Los presentes han podido gustar la vida misma de Dios que se asocia a su enviado, quien, además, dio comienzo a sus signos, manifestó su gloria y ayudó al proceso de fe de sus discípulos. Cada encuentro con Él, cada Sacramento, especialmente cada Eucaristía, nos hace caer un poco más en la cuenta de cómo lo nuestro se ha transformado en lo suyo, cómo nuestra vida ya está unida, en su base, a la vida misma de Dios, en la que tenemos que hacer todo lo posible por crecer.
Primera lectura: Isaías 62, 1-5
Por amor de Sión no callaré,
por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que rompa la aurora de su justicia
y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia,
y los reyes, tu gloria;
te pondrán un nombre nuevo,
pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor
y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «abandonada»,
ni a tu tierra «devastada»;
a ti te llamarán «Mi favorita»,
y a tu tierra «Desposada»;
Porque el Señor te prefiere a ti
y tu tierra tendrá marido.
Como un joven se casa con su novia,
así te desposa el que te construyó;
la alegría que encuentra el marido con su esposa,
la encontrará tu Dios contigo.
Segunda lectura: 1Corintios 12,4-11
Hermanos:
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu;
hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor;
y hay diversidad de funciones,
pero un mismo Dios que obra todo en todos.
En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría;
otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu.
Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe;
y otro, por el mismo Espíritu, don de curar.
A éste le han concedido hacer milagros;
a aquél, profetizar.
A otro, distinguir los buenos y malos espíritus.
A uno, el lenguaje arcano;
a otro, el don de interpretarlo.
El mismo y único Espíritu obra todo esto,
repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.
Evangelio: Juan 2, 1-12
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo:
–No les queda vino.
Jesús le contestó:
–Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.
Su madre dijo a los sirvientes:
–Haced lo que él diga.
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo:
–Llenad las tinajas de agua.
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó:
–Sacad ahora, y llevádselo al mayordomo.
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo:
–Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú en cambio has guardado el vino bueno hasta ahora.
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él.
Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.


