Estos últimos debates también resumen, como de un plumazo, la misión de Jesús, su enseñanza y su actuación. Grupo a grupo, secta a secta, los dirigentes políticos, religiosos, espirituales del pueblo hebreo se enfrentan a Jesús. Tras haber hecho callar a los saduceos, «partido» de los sacerdotes a propósito del tema de la resurrección, son los fariseos los encargados de atacar a Jesús en un tema mucho más complicado y profundo. Pues el debate entre ley y amor arranca en Moisés, como nos recordaba la primera lectura. La alianza se fundamenta en el amor demostrado, gratuitamente, por Dios hacia su pueblo y amor es también lo que Él exige a cambio, es decir, que amor debería sacar amor como escribió Juan de la Cruz. Pero es un error que entendamos este «amor» como un mero sentimiento pues en la Biblia amar tiene mucho más que ver con la voluntad que con lo que sentimos. Los que han aceptado la Alianza se comprometen, como contrapartida, a los beneficios recibidos de Dios a «amar» también a los otros beneficiarios, a todos los que se han puesto bajo la protección divina y lo mismo a mostrar benevolencia hasta a los mismos enemigos. Y todo esto, como decimos, no consiste en «obligarnos» a sentir algo por esas personas, los prójimos y los no tanto sino a hacerles un bien efectivo, que ellos puedan también identificar como benevolencia. En el debate con Jesús, el fariseo, que es experto en la Ley, le pregunta para probarle por el «mandamiento principal». Y Él responde uniendo dos preceptos que los textos nos vienen juntos pero que se relacionan conforme han sido escritos de un modo que solo un gran experto en la Ley podía saber. Jesús le está mostrando al experto lo bien que conoce la Ley puesto que sabe que ambos mandamientos incluyen la misma forma del verbo «amarás» y que ese detalle permite conectarlos, según un método exegético que usaban los rabinos. El contexto de este relato se aprecia mejor acudiendo a la versión que nos da el Evangelio de san Marcos (12,28-34) que lo cuenta como un intercambio entre eruditos que acaba con el mutuo reconocimiento y la invitación implícita de Jesús a que el escriba dé el paso que le falta. En Mateo, el relato concluye con la afirmación categórica de Jesús. Se trata aquí de la esencia de la relación entre Dios y el hombre, el corazón de la Alianza. En primer lugar, el amar a Dios con todo el corazón, alma, ser es la respuesta a su revelación como Dios único y verdadero («escucha Israel»). Si sabemos, porque se nos ha revelado, que Dios es el único y verdadero Señor y Creador y que, además, ha pactado una Alianza con todos nosotros, la respuesta natural es el amor y reconocimiento hacia Él que se concreta en la guarda de los mandamientos de la Alianza (no tener otros dioses, honrarle y darle culto y «amar» también a los demás destinatarios de la revelación y el amor de Dios). Amar a Dios como don y como deber de la Alianza es el mandamiento «principal y primero» porque hace posible cumplir el segundo mandamiento. La verdad, el ser de Dios y su obra en nosotros, hace surgir y sustenta el amor, que es lo que permanece hasta el final (1Cor 13,13). Por eso ambos mandamientos son inseparables y sostienen la Ley entera y los profetas, esto es, son el corazón de la Alianza (Ley) y su desarrollo y crecimiento (profetas), resumen, como Cristo mismo, el camino, la verdad y la vida. Como escribió Teresa de Jesús: «¡Oh precioso amor, que va imitando al capitán del amor, Jesús, nuestro bien!»
Primera lectura: Éxodo 22, 20-26
Así dice el Señor!
«No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto.
No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos.
Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses.
Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.»
Segunda lectura: 1Tesalonicenses 1, 5c-10
Hermanos:
Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya.
Desde vuestra Iglesia, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes. Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la acogida que nos hicisteis: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.
Evangelio: Mateo 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
–«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo:
–« «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»