«Éste es el rey de los judíos»

22 Nov 2025 | Aventuremos la Vida, Evangelio Dominical

Celebramos hoy esta gran fiesta de Jesucristo, Rey y Señor del Universo y además de alabarle y bendecirle por la entera redención, por su Encarnación, Muerte y Resurrección y por permanecer con nosotros en la Iglesia entre las vicisitudes del mundo, también le seguimos proponiendo como Rey, esto es, como la mejor alternativa para renovar, salvar, redimir no solo nuestras personas sino también la sociedad y este mundo nuestro. Reconocemos hoy, primero, y luego afirmamos que su influencia, su presencia, su poder está a disposición de todo hombre que luche realmente por el hombre y su bienestar y no solo por sus intereses personales, de grupo, nacionales. Jesús mismo, en su discurso de las últimas cosas (domingo pasado) nos decía que no necesitamos conocer fechas ni circunstancias concretas del fin pues el su reino ya estaba presente (en sus palabras, gestos y obras) y hoy el Evangelio nos recuerda su instauración y proclamación oficial. Es sobre la Cruz desde la que Cristo Rey proclama que es rey para todos, no solo para los judíos (recordemos como san Juan nos cuenta que el letrero que escribió Pilato sobre la cruz estaba en hebreo, griego y latín). Desde entonces el reino y su rey y sus seguidores siguen sufriendo la misma o parecida violencia (cfr. Mt 11,12), aunque en el mejor estilo de las frases paradójicas de Jesús, quien se hace también «violencia» a sí mismo es quien entra o participa de él. Sufre pero está presente, confesionalmente en su Iglesia y misteriosamente en todos aquellos que reconocen como Rey, efectivamente, a Jesús. Y más todavía, desde este Evangelio cada vez que contemplamos una Cruz se nos recuerda y proclama este mensaje (de ahí el interés de tantos hoy por derribar todas las cruces). El reino está Crucificado como quien lo trajo, instauró y sigue proclamando pero el Reino sigue salvando, como nos recordaba también el Evangelio: basta reconocer ante Jesús, aún en esas horas terribles de la agonía humana en el Calvario, como hizo el «buen ladrón», los propia verdad, los propios pecados y reconocer en Él la mano que Dios nos tiende a todos, para estar con Él en el mismo Paraíso, para llegar a la meta de nuestra vida y de la fe. Hay quien ha dicho que este «buen ladrón» fue capaz de «robar» la salvación después de haber robado tanto en su vida pero la verdad es que supo aprovechar la ocasión casi como ningún otro, marcando el camino para tantos otros. Y quien diga que no tuvo tiempo de hacer penitencia, que pruebe a colgarse, aunque sea por deporte, de una cruz a ver si piensa lo mismo. Pero este fragmento nos enseña también cuál es la reacción de muchos de los que tienen poder e influencia y no pueden o no quieren afrontar los grandes problemas que tiene la humanidad: se limitan como los sumos sacerdotes de Israel, los romanos y el pueblo en general a despreciar la humanidad entregada de Cristo. Se burlan de Él y lo desprecian porque no ha hecho un despliegue de poder divino y así se privan de reconocer la verdadera fuerza de este poder: el abajarse del Hijo de Dios a nuestra carne y a esta muerte para poder sanar y elevar a todo hombre desde su propia realidad. Ha bajado hasta lo más bajo para poder elevar a todos. El «buen ladrón» y los cristianos que le siguieron a pesar de todo son ese núcleo de «pobres» que sí supieron ver en Él al Rey y un reino que, realmente, acoge a los que no tienen nada ni quieren tenerlo, a quienes buscan ser de verdad hombres, esto es, hijos de Dios y hermanos.