El domingo anterior recordábamos que el reino de Dios haciéndose realidad en el mundo es Jesús, y cuantos le queramos seguir, y dar nuestra vida con Él. En esta fiesta de hoy, el último domingo del año litúrgico, celebramos (revivimos y nos adherimos) a esta gran Verdad: Jesucristo es el Reino cumplido de Dios entre nosotros, el Rey, en una sola palabra y realidad. Él significa el principio del fin hacia el que marchamos además de la confirmación de la victoria final de esta causa, que es la de Dios y la del hombre cuando quieren vivir en comunión. Hoy, decíamos, lo celebramos y también así lo proclamamos y sabemos que este anuncio no es una idea, una utopía, sino que tiene un sólido (aunque poco prometedor humanamente) asiento en la historia. Es la línea establecida por la proclamación de David en Hebrón (primera lectura), que hace realidad la promesa y la unción de Dios sobre él, haciéndole pastor, esto es, aquel que dirige al pueblo en sus entradas y salidas, quien lo guía entre las inciertas circunstancias de la historia. Así, Jesús, hijo de David también es proclamado «rey de los judíos» aunque desde la cruz en medio del desprecio general de todos los que miran y siendo solo acogido por un ladrón, también crucificado, que se agarra a un clavo ardiendo, como se suele decir, porque es el último que le queda. Hasta aquí la historia, el fin aparente de las ilusiones de un «revolucionario» pero, en realidad, lo que contemplamos es la verdadera acción de Dios. Jesús, llevando al extremo, al límite, al final su misión, instaura de modo definitivo la presencia y la acción divinas que ha mostrado en toda su vida con palabras y gestos. Sobre esa cruz está el reino de Dios, que sufre persecución, desprecio, que muerte y se entrega pero es capaz de mostrar y hacer presente al mismísimo Dios que escucha y va cambiando los corazones de todos los que le contemplan y acogen. Es la mejor y más grande esperanza que tenemos en medio de esta lucha de ideologías destructivas, de la guerra misma que nos amenaza cada vez por más lugares. La cruz, el reino de Cristo, su Rey, se alzan por encima recordándonos que no estamos solos, que no hay temer más a perder la fe y la confianza en Él.
Primera lectura: 2Samuel 5, 1-3
En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron:
Hueso y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: «Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel, tu serás el jefe de Israel.»
Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.
Segunda lectura: Colosenses 1, 12-20
Hermanos:
Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.
El nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por él y para él.
El es anterior a todo, y todo se mantiene en él.
El es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
El es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Evangelio: Lucas 23, 35-43
En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo:
–A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.
Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
–Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
–¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
Pero el otro lo increpaba:
–¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.
Y decía:
–Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
Jesús le respondió:
–Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso