Cada año revivimos en la celebración de la Misa los misterios de la vida de Jesús, que son la revelación de la venida de Dios a nuestras vidas y la realización efectiva de una salvación que está aquí para quedarse. En el Adviento, revivimos el principio, que es también el final, es decir, la «escatología», reflexionar sobre el fin de todo, incluidos nosotros mismos. De hecho que Dios venga al mundo y la historia anuncia su mismo final, el cumplimiento de sus promesas, es el inicio de ese camino de transformación plena incluido en su propósito inicial, cuando lo creo todo. Celebramos siempre, pero especialmente en este tiempo, que lo divino vino a lo humano. lo infinito a lo finito, lo eterno a lo temporal, y con el objetivo de llevarlo a su fin, como decíamos, que es también su meta y su plenitud. Cada Evangelio –este año nos acompañará Mateo– conserva la enseñanza específica de Jesús sobre el asunto (en realidad todo lo que hizo y dijo puede considerarse bajo esta perspectiva). Jesús afirma que el «fin» será su retorno, su vuelta y lo que supondrá un cambio radical de una situación a otra, la transformación completa de la vida ordinaria: de beber y casarse, las personas se verán conducidas o arrojadas, según, a una nueva realidad (como cuando el diluvio o como en tiempos de Sodoma y Gomorra, decía el Evangelio de Lucas). Es decir, que todo desaparecerá y se mostrará, e pleno día, la realidad que ahora está oculta en lo que conocemos y vivimos. Ahora bien, las consecuencias, la supervivencia personal (que de eso va este texto en el fondo) de cada uno se fundamentará en lo anteriormente vivido, en las decisiones tomadas, eso también quedaba claro. Así el final distinguirá entre personas muy cercanas, dejando a unos y llevándose a otros, en función de las respuestas o consecuencias de cada uno frente a Cristo. Ah, y no no se sabe cuando sucederá, puede acontecer en cualquier momento. A Jesús no paran de preguntarle por avisos, signos pero siempre responde que la única acción sensata es mantenerse en vela, despiertos, vigilantes, atentos, sin autoengañarnos ni anestesiarnos, viviendo la vida como lo que es: expectativa, esperanza de la irrupción en ella del fin total de la realidad en la que vivimos, en favor de esa otra vida que también cultivamos, la vida de amistad con Cristo, como diría Teresa de Jesús. Ella misma definía esta vida y sus negatividades, como una mala noche en una mala posada (lo único bueno es su brevedad y que anticipa el día) y cuyo único interés es descubrir en ella el inmenso amor de Dios que nos ha dado a Jesús para despertarnos y mantenernos con Él hasta el feliz día de su vuelta.
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén:
Al final de los días estará firme
el monte de la casa del Señor
en la cima de los montes,
encumbrado sobre las montañas.
Hacia él confluirán los gentiles,
caminarán pueblos numerosos.
Dirán:
«Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob:
él nos instruirá en sus caminos
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la ley,
de Jerusalén, la palabra del Señor.»
Será el árbitro de las naciones,
el juez de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, ven,
caminemos a la luz del Señor.
Segunda lectura: Romanos 13, 11-14a
Hermanos:
Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz.
Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo.
Evangelio: Mateo 24, 37-44
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre:
Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»